sábado, 17 de enero de 2015






2, FEBRERO, 2015

Cuando yo me levante desnudo esta noche y, veas así, ante ti, el drástico rigor de los años…


Si me levanto despacio para abrir la ventana y pensar, o querer creer que la leve humedad todavía podrá venir desde Oriente…

Si bajo a la calle y, aún desnudo, voy hasta ese mar interior, a ese desolado puerto deportivo y encuentro allí, sobre una pequeña embarcación a Wein Li, esperándome, y diciéndome en voz muy pero que muy baja que nada es imposible.  Quizá yo le escuche entonces; quizá reanude ese magistral arte de los sueños, esos que nunca abandonaron todo mi mundo, nunca, y hasta tal punto de  llegar a materializar muchas de las vivencias que  ustedes, seguro, 
creían imposibles o exageradas.


Vean pues, esta noche, sobre el amplio espacio azul ultramar oscuro. De nuevo Selene desplaza todo su inmenso universo con Wein Li, sí, hacia Wein Li.


-Pero, ¿ya quieres seguir a Selene, hoy, ya tan pronto de habernos conocido?

-Dime entonces, ¿qué argumento de peso habrás de darme para que evite este largo y raudo viaje imprevisible que hoy me espera?   No te confundas. Yo siempre he sido así.


-Ve pues, hasta esos montes del norte de Oriente, pues ya no recordaba la drástica velocidad ente tu partida y posterior retorno. Ah, y dale recuerdos a Wein de mi parte.


-Se los daré.


-Tal vez me quede unos días, mientras llegas, pescando en estas aguas.  Compraré una caña  y unos aparejos.






(Texto encontrado casualmente.)  29 de junio de 2013. CASPE

Mira, o mire usted qué cosas.  Aquí, yo, en la antigua casa de labranza de principios del XIX, con música inquietante, entre medieval y de película trágica. Aquí, en el antiguo patio de las caballerías (o los burros), hoy repulido y exquisito, igual que un cadáver en su último acto de presencia pública.


Un flexo, tenues velas encendidas dispuestas por el suelo, leves luces de algún objeto-escultura conceptual y, cuadros de distintas épocas, inermes, como expectantes, adecuadamente distribuidos.


A mí la reiteración a veces me aburre, y aunque sea histórico-cultural me crea rechazo por saturación; un rechazo que no puedo ni quiero digerir: por ejemplo, el Compromiso de Caspe y todo eso…

Pero, mire usted por dónde, que, en medio de esta penumbra y la música celto-irlandesa a todo trapo, y mientras escribía no sé qué, alguien ha empujado la puerta y, al entrar, ha apagado casi todas velas con el roce de su largo vestido.


Cualquiera sabe que el escepticismo crea un hábito demoledor e irrecuperable.  Pero he mirado, a ver quién era, he mirado con duda, miedo…, incredulidad y retorno, sí: mucho retorno.  Y me ha dicho, ella, sí, inequívocamente, en voz muy baja:


-Buenas noches. He visto luz, velas encendidas. Vengo de la comitiva de los Compromisarios, agotada.  Cuantos años ya de eso, ¿verdad?


-¡Venga ya!,  y ahora me haces un truco de magia, ¿no?  -Pero no ha sido así.  Solo me ha besado, casi violentamente, contra la pared. Yo me dejaba, claro está….

 













Fotos: Casa-estudio Guillermo CABAL, en Caspe, Zaragoza.

Creo recordar que los sillares del patio estaban fríos, o húmedos. Creo recordar que el resto de las velas encendidas  temblaba, sin viento alguno.


¿Quizá el suelo brillaba, por aquella exigua luz?

¿Había regresado Selene al cielo después de tantos años?

¿Respiraba yo acaso, de nuevo, la humedad de los bosques en la tarde?

¿Estaba cerca de mí –otra vez- el rumor de las fuentes en los hondos barrancos de las sierras?

¿Habría llegado la nieve a las cumbres, ahora en verano, de nuevo en los crepúsculos, esos, ya despojados por fin de tiempo alguno?

¿Habría habido, en esos años de mi ausencia, una superpoblación de ninfas en los bosques que, inevitablemente, las inducía a vivir hacia las grandes urbes..?


Sí, quizá los sillares estaban húmedos, el suelo del patio frío,  Quizá la luna yacía en algún lugar del antiguo cauce del río Guadalope.  Quizá la noche dormía para siempre, no sé…, y yo permanecía despierto.


Quizá, sí, la noche dormitaba y, el alba, el crepúsculo o lo que fuese… los siglos y el mar de su pelo, la curva imaginada de su voz, el abismo de sus ojos…  Quizá, quizá eran el pulso del tiempo resumido en un instante y para siempre, sin saberlo.

Sí, sin saberlo. Para siempre.

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