martes, 9 de diciembre de 2014



9, DICIEMBRE. Café el Sol.

Ya cerca del invierno, en el cierzo externo de la calle, fuera del café, llega un escalofrío añadido que se suma a emociones ambiguas y ensueños caducados que, sin saber cómo, emergen de nuevo, beligerantes y casi violetos, de luz antigua.

No importa de dónde vienen, en todo caso están aquí, han llegado al presente, sí,  ese que deberíamos vivir con plenitud y sin embargo, no nos lo presentaron nunca formalmente en aquella incipiente juventud.  Fue un craso error que pagaremos caro el resto de los días.  (¿Se podrá rectificar?)

Pero, aún así, queda el Presente.  ¿Sabremos vivir en Presente –soñar en Presente- con calculada inteligencia del tiempo y el espacio?

“Moriré en presente”, decía, además de tantas cosas más, un sarcástico escritor ya fenecido.  Es obvio, sí, pero hay que asimilarlo y sobre todo, ¡rentabilizarlo!

Ahora, voy a frivolizar deliberadamente para desengrasar el pensamiento, si es que éste se pone espeso e intenta –una vez más- barroquizar… cosa que debe se genética.

Pues bien, aquí, en el bello, equilibrado y súper estético Café el Sol, falta algo de gente y sobran dos televisiones (aunque están sin sonido: ¡Bien!).  Faltan niñas monas y sobra algún que otro cliente medio adormecido por la droga dura del tedio de su vida.
Mira, hombre, ¡por hablar!, ahora entran cinco bellas mujeres, y además nada marujas.

Esto se anima y, en el Café el Sol, redunda el sol brillando de nuevo.

Termino estas notas y luego, miro al techo sin vacilaciones.  Y en el techo hay unas celestes y mitológicas pinturas –muy mediocres- que a mí, empiezan a parecerme maravillosas.
¡Ay…, ay, qué cosas!

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