domingo, 21 de diciembre de 2014



21, DICIEMBRE
Hoy, después de la carrera (espléndida carrera dentro de mi nivel), en Caspe, ya que he venido exprofeso para ella, después de la comida he cerrado las contraventanas del salón, igual que en el texto de “Hotel Chopin”, para no ver el mundo.


El salón permanecía en penumbra.  Sólo se escuchaba la drasticidad casi obscenamente dramática de un solo violonchelo, a veces acompañado de piano o algún otro instrumento, aunque muy secundario éste.


Pero no, esta vez ha aparecido el Mundo, y leve, tras los visillos tenues –la única luz- ha desplegado todo su lujo ante mí. Así pues he olvidado (todavía más) los ciento treinta euros caídos –y perdidos- seguramente al suelo cuando iba a pagar ayer noche una consumición.


Y sí, al venir el Mundo, a la estancia, he permanecido inerme. ¿De dónde y por qué viene esta visita inesperada?, me he preguntado todavía con los reflejos lentificados. Preguntas vanas, claro, y sin utilidad alguna y que al menos deberían sonrojar a quién se las hace.


El Mundo, absoluto, llega y se instala delante de nosotros con todo su séquito y fastos de gala. Lo hace sin más, por placer, por reafirmarse inercialmente en ese gran espacio infinito –su espacio natural- que proviene del cosmos. O viceversa.

Pero el Mundo está ahí, y ha traspasado la gran puerta del balcón y sus contraventanas cerradas tan sólo para saludarme. Algo parecido ya me sucedió hace unos días y lo anoté.  Incluso a  riesgo de ser pesado, quizá les cuente a ustedes ese encuentro anterior.  Pero ahora, perdonen, estoy de nuevo con su visita y no estoy para nada, ni para nadie…  Bueno, es un decir…


No obstante, si una de las hadas de ese  Mundo desea visitarme puede hacerlo cuando quiera, pues la recibiré encantado y con toda mi máxima cortesía.

                                                                              Casa-estduio Guillermo CABAL, en Caspe,  Planta-calle o de exposiciones.


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