21, DICIEMBRE
Hoy, después de la carrera
(espléndida carrera dentro de mi nivel), en Caspe, ya que he venido exprofeso
para ella, después de la comida he cerrado las contraventanas del salón, igual
que en el texto de “Hotel Chopin”, para no ver el mundo.
El salón permanecía en
penumbra. Sólo se escuchaba la
drasticidad casi obscenamente dramática de un solo violonchelo, a veces
acompañado de piano o algún otro instrumento, aunque muy secundario éste.
Pero no, esta vez ha
aparecido el Mundo, y leve, tras los visillos tenues –la única luz- ha
desplegado todo su lujo ante mí. Así pues he olvidado (todavía más) los ciento
treinta euros caídos –y perdidos- seguramente al suelo cuando iba a pagar ayer
noche una consumición.
Y sí, al venir el Mundo, a
la estancia, he permanecido inerme. ¿De dónde y por qué viene esta visita
inesperada?, me he preguntado todavía con los reflejos lentificados. Preguntas
vanas, claro, y sin utilidad alguna y que al menos deberían sonrojar a quién se
las hace.
El Mundo, absoluto, llega y
se instala delante de nosotros con todo su séquito y fastos de gala. Lo hace
sin más, por placer, por reafirmarse inercialmente en ese gran espacio infinito
–su espacio natural- que proviene del cosmos. O viceversa.

No obstante, si una de las
hadas de ese Mundo desea visitarme puede
hacerlo cuando quiera, pues la recibiré encantado y con toda mi máxima
cortesía.
Casa-estduio Guillermo CABAL, en Caspe, Planta-calle o de exposiciones.
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