((No dejo de escribir, sin
cesar. Las palabras me llevan solas, no
sé a dónde, y cruzo volando con ellas océanos de luces, montañas de dolor que
yacen allí abajo, ríos de lodo y lagos inquietantes, pero yo tan tranquilo;
temblando, sí, pero volando con las palabras que me trasladan a los confines
primigenios de la historia.
¿De dónde viene tanto vuelo,
de dónde?
He dejado las sandalias
aladas que le robé en otro día a Perseo, y sin embargo, sigo volando, y
temblando, y escribiendo a la vez.
No, no lo entiendo.
¿Será la música que
escucho? Sí, seguro, no hay duda, eso
será. Pero paso de una música a otra radicalmente distinta y permanezco estable
y seguro en el vuelo, temblando y escribiendo. ¿De dónde vendrá esa música?
No puedo asimilar cómo hoy
puedo volar, ya sin alas, y además, con esta intensidad.
Antes, casi siempre las
llevaba puestas, y siendo así podía entenderlo.
Eran de cristal transparente, lo recuerdo. Se rompieron en un despiste que tuve al
estrellarme en una sierra de esta región, ya en la antigua frontera de Castilla
(el Moncayo).
Pero aquí estoy, cruzando
mares y desiertos en dirección –seguro- a la mayor incertidumbre del mundo.
Nada detiene mi vuelo. Siempre fue así, cíclicamente, sin medianías:
morir o vivir intensamente.
Aquellos que lo deseéis podréis copiar esto y, si os apetece, decís
que lo escribisteis para vuestro novio o
novia, ya que a mí me da exactamente lo mismo, pues sigo en el viaje, en pleno
vuelo, que es lo único que me importa.
Pero, ¿habéis entendido mi
letra? Pues además también me tiembla el pulso.
!Ya sé qué es!; es por las nubes y corrientes del viento, o eso creo…
Ah, olvidaba decir que ya no
me preocupa la caída, pues voy más alto y sigo subiendo, más y más, hasta poder
romper los cielos y deletrear allí tu nombre, delante de Zeus, Teseo, Ceres,
Baco, Minerva y todas las ninfas.
Y ya puestos, ¡mira hombre!,
¿por qué no?, bajar un instante al Hades para fastidiar un poco, saludando a Perséfone
y toda su corte.))
21, NOVIEMBRE, 16 horas. T
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