jueves, 20 de noviembre de 2014



16, NOVIEMBRE

Ayer me presentaron a Frédéric Chopin en persona.  Lo cierto es que lo vi sumamente envejecido.  Aunque bueno, para ser del  XIX no tanto, claro.
¡Nada menos que Chopin!, pensaba yo.  Si no fuera porque estoy hablando con él, y que además me está contando lo de su estancia en la Cartuja de Valdemosa, en Mallorca, yo diría que esto por lo menos es muy extraño… No sé cómo lo veréis vosotr@s.

Luego, miró alrededor del café, y me dijo  lacónicamente: “Este café que a usted le gusta tanto, digamos que no está mal, pero no me encaja, lo veo sin alma.  Creo que me entiende, ¿no? “    Y siguió: “Así que es usted pintor”.  -Sí, le dije conmovido.
-Me han dicho –seguía diciéndome- que es usted admirador mío.

-Bueno, sí, desde que recuerdo, aunque –me daba corte decírselo, y bajé el tono de voz    -Pero… también me gusta el  rock duro y… 
Iba a seguir, pero percibí que me había puesto totalmente rojo por aquel comentario inoportuno.

-¿Le gustaría verme tocar el piano?  -Casi no pude contestarle.  Seguidamente se puso en pie.
-Ahí llegan los de SEUR.  En ese camión me traen el piano.

Ya no pregunté cómo ni por qué estaba pasando todo aquello.  Me acomodé en un diván de la pared, bajo un gran espejo, cerré los ojos y, cuando los abrí, ya habían instalado el gran piano de cola, y, el colosal compositor se disponía a tocar.

Cerré los ojos de nuevo, relajado, ya no me pregunté más qué es y para qué sirve el tiempo.
Casi todo el tiempo –pensé sonriendo- debe de ser como un gran piano de cola repleto en su interior de murcielagos y grandes pariposas que se introducen en tu estomago sin saber cómo. 
Seguí sonriendo.

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