16, NOVIEMBRE
Ayer me presentaron a Frédéric
Chopin en persona. Lo cierto es que lo
vi sumamente envejecido. Aunque bueno,
para ser del XIX no tanto, claro.
¡Nada menos que Chopin!,
pensaba yo. Si no fuera porque estoy
hablando con él, y que además me está contando lo de su estancia en la Cartuja
de Valdemosa, en Mallorca, yo diría que esto por lo menos es muy extraño… No sé
cómo lo veréis vosotr@s.
Luego, miró alrededor del
café, y me dijo lacónicamente: “Este
café que a usted le gusta tanto, digamos que no está mal, pero no me encaja, lo
veo sin alma. Creo que me entiende, ¿no?
“ Y siguió: “Así que es usted pintor”. -Sí, le dije conmovido.
-Me han dicho –seguía
diciéndome- que es usted admirador mío.
-Bueno, sí, desde que
recuerdo, aunque –me daba corte decírselo, y bajé el tono de voz -Pero… también me gusta el rock duro y…
Iba a seguir, pero percibí
que me había puesto totalmente rojo por aquel comentario inoportuno.
-¿Le gustaría verme tocar el
piano? -Casi no pude contestarle. Seguidamente se puso en pie.
-Ahí llegan los de
SEUR. En ese camión me traen el piano.
Ya no pregunté cómo ni por
qué estaba pasando todo aquello. Me
acomodé en un diván de la pared, bajo un gran espejo, cerré los ojos y, cuando
los abrí, ya habían instalado el gran piano de cola, y, el colosal compositor
se disponía a tocar.
Cerré los ojos de nuevo,
relajado, ya no me pregunté más qué es y para qué sirve el tiempo.
Casi todo el tiempo –pensé
sonriendo- debe de ser como un gran piano de cola repleto en su interior de murcielagos y grandes pariposas que se introducen en tu estomago sin saber cómo.
Seguí sonriendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario