((NO SÓLO HAY QUE DISFRUTAR
ESCRIBIENDO, HAY QUE VIVIRLO EN EL VÉRTIGO DE SU PLENITUD))
Viene y va, fluye
constantemente, la lu z, venida de no sé sabe dónde ni de qué origen procede.
La asimilo, la confundo, la
comparo a los planetas y estrellas cercanas, y para desdramatizar, caigo en una
especie de trance irónico que, salva y guarda así la compostura, la dignidad,
el gesto más básico o primigenio; lo que sea.
No, no asimilo la luz, porque desconozco el
grado de su intensidad, origen y, sobre todo, duración.
Me gusta monologar
interiormente acerca de ella, pero sufro, sí, por esa luz del mundo que no sé a
quién pertenece, y no sé si es vuestra, mía, nuestra o de todos. Ni siquiera sé si existe. Entonces, ¿por qué sufro por la luz?
Dime, si puedes, desde el
horizonte de la noche que ya remite, tan despacio, para levantar el día con
esfuerzo legendario.
Dime, ¿De dónde viene esa
luz que me traes, dosificada a ráfagas, incendiadas éstas a veces de plenitud?
De dónde viene, dime, este
no parar febril de la prosa, que emerge y crece y crece hasta desbordar todos
los sótanos y trastiendas del pensamiento?
Dime, ¿lo puedes saber tú?
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Quizá Perseo, ahora, ya no
pueda rescatar a Andrómeda ni pueda ir a cortar la cabeza de Medusa, Pero hombre, mira, qué levamos a hacer (¡que
le den!), así yo podré volar esta noche,
sin tregua, hacia la luz donde habitas.
Ya casi no pinto, como menos
y duermo menos. Sólo escribo y escribo y, la pluma, no se detiene y ya no puede
parar.
¿Llegará a alcanzar la pluma
tu estrella antes que yo?
Voy a intentar volar, sí, lo
más rápido que pueda.
(18, NOVIEMBRE, 18 horas)
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