4, NOVIEMBRE
José Luis Sampedro titulaba una de sus antepenúltimas novelas “Escribir
es vivir”.
Que el corazón palpite,
sometido a gran presión física (que no emocional) también es –casi- uno de los
milagros más simples… en apariencia.
He cambiado de posición. ¿En
un nuevo café? Igual da que me da lo
mismo. Casi todo es
indiferente/irrelevante.
Y sí, frente a mí, en una
frontalidad que asusta, hay un cabrón de cara más bien redonda que, a veces,
odio y no le quiero. Le miro: totalmente calvo, ojos claros, aunque no daré más
detalles. Cuando recíprocamente me mira,
incluso siento asco, al menos hoy.
“No me cuentes tu vida con
la mirada, pedazo de mamón –pienso al mirarle-, conozco todos tus trucos,
debilidades, autoflagelos o autoagresiones. No, no hay indulgencia para ti. No te salvará la vida muerta en la que
habitas hoy, ni aunque fuera intensa. O,
¿quizá has vivido grandes rachas de intensidad y, ahora, las echas de menos?”

Hay días sin perdón, sin
perdón para nadie; sin perdón por el vacío, el desamor y la más cruel banalidad que nos asfixia.
Salgo a la calle, a vomitar,
y vomito gases azules y margaritas
amarillas casi microscópicas y seguramente, no sé… envenenadas.
El tipo ese que había frente
al espejo me ha agriado la tarde.
Antiguo café/casino de Falset, en el Priorat, Tarragona.
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