27 OCTUBRE
¿Sabes, mi querida y dulce amiga,
cómo eran las noches en King-Tuen?
Eran un duermevela constante.
Jamás vi ni veré una luz nocturna igual.
He visto muchas veces la luz de
Selene en la montaña, en las sierras de ésta nuestra región, pero aquello era
diferente.
Recuerdo haber temblado de miedo y
felicidad. Y, como siempre ocurre, como
decía Siddharta Gautama, el buda, el miedo sólo escondía ese temor por la
pérdida de la felicidad. Y aún
sabiéndolo, por obvio, no podía
evitarlo, y el presente era mermado por la sombra amenazante de la fugacidad.
Era consciente de la excepcionalidad
de haber quitado puertas y ventanas para que el viento nocturno viajase sin
trabas por toda la casa.
Sabía que era una excentricidad haber
desmontado el tejado. Sabía todo
eso. Pero el diálogo nocturno era
constante, las distintas gamas de luz blanquecina, difusa, sin aristas, era
indescriptible. Selene, siempre que
viajaba por su cíclico recorrido celeste solía tener un detalle con nosotros,
se detenía un instante, parada, en mitad de un cielo innombrable, y descendía a
saludarnos. Nos decía cosas ininteligibles
que comprendíamos al instante, pero que luego,
una vez había remontado de nuevo su ceremonioso vuelo hacia lo alto, no
sabíamos traducir.

Hoy, quisiera morir tan sólo para no
recordar, pero incluso las parcas me han abandonado y huyen de mí si es que
accedo a visitarles para solicitarles su piedad. Las parcas, ni siquiera con la “vida” tienen
piedad, en sentido inverso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario