21, ABRIL
Todas las
estrellas caídas están guardadas en una caja de dulces que vino de Estambul.
Todos los
planetas a la deriva están recogidos en un altillo, con cierto desorden. Y allí, en lo alto, bastante estropeado y
bajo una cortina, sobresale el anillo de Saturno.
También está
el archivo, por cierto, de los días y años absurdos. Y éste es tan grueso que, ayer mismo tiré al
contenedor más de la mitad para que el estudio (y yo) pueda respirar un poco.
En otro
archivo mucho más pequeño yacen, ordenados éstos, los días, semanas o quincenas
que fueron relevantes. Pero también
había un exceso inútil, y he tirado más de la mitad, así que al final ha
quedado reducido a una ínfima expresión.
Hay un armario
más bajo y accesible donde se guardan en absoluto caos todas las divagaciones,
tragedias existenciales y, sobre todo, grandes pasiones, todas ellas mezcladas
en extraña convivencia. El armario está
conectado directamente a la calle, directamente al río, al cielo, al parque y
también a las nubes de la tarde.
A veces me
asomo al interior del armario, y pienso por un instante si no sería mejor tapar
ese agujero para que no entre el agua cuando llueva.
“Si la
primavera viene húmeda –pienso- puede que se inunde la habitación”. No obstante existe la posibilidad de que si
tal inundación ocurre, ésta me arrastre hasta la calle, luego al río y, éste,
quizá hasta el mar. No sé, también
podría ser…
Fundiciones Averly, Zaragoza, 2013. Óleo y tec. mixta sobre lienzo, 33 x 46 cm. (Obra que se expondrá proximamente).
Fundiciones Averly, Zaragoza, 2013. Óleo y tec. mixta sobre lienzo, 33 x 46 cm. (Obra que se expondrá proximamente).
5, MAYO
Permanente y
sistemática y cíclica eclosión de los cuerpos.
Estamos en
mayo. ¿Qué no se ha dicho ya sobre mayo?
Pero los
cuerpos no lo saben. Van por ahí,
exultantes y puros, alados, ecuestres,
navegantes por el mar lineal de las avenidas, o en el océano profundo y sombrío
de los parques.
Los cuerpos,
nadando entre o sobre la ingrávida luz de un tiempo que a veces se para, o
sigue, o parpadea, o nos guiña un ojo dándonos un corte de mangas y dejándonos
tirados, al reclamo de la luz, una luz que no sabemos que hacer con ella porque
no sabemos dónde va. ¿Y si ésta fuese
hacia el núcleo central de la vida?
Los cuerpos,
por enésima vez, sí, inocentes, cargados de ingrávida lujuria. Los cuerpos, rompiendo estrellas remotas o
practicando un sórdido crimen –el que sea- en una noche ciega y sin retorno.
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