sábado, 10 de mayo de 2014



21, ABRIL             


Todas las estrellas caídas están guardadas en una caja de dulces que vino de Estambul.

Todos los planetas a la deriva están recogidos en un altillo, con cierto desorden.  Y allí, en lo alto, bastante estropeado y bajo una cortina, sobresale el anillo de Saturno.

También está el archivo, por cierto, de los días y años absurdos.  Y éste es tan grueso que, ayer mismo tiré al contenedor más de la mitad para que el estudio (y yo) pueda respirar un poco.


En otro archivo mucho más pequeño yacen, ordenados éstos, los días, semanas o quincenas que fueron relevantes.  Pero también había un exceso inútil, y he tirado más de la mitad, así que al final ha quedado reducido a una ínfima expresión.

Hay un armario más bajo y accesible donde se guardan en absoluto caos todas las divagaciones, tragedias existenciales y, sobre todo, grandes pasiones, todas ellas mezcladas en extraña convivencia.  El armario está conectado directamente a la calle, directamente al río, al cielo, al parque y también a las nubes de la tarde.


A veces me asomo al interior del armario, y pienso por un instante si no sería mejor tapar ese agujero para que no entre el agua cuando llueva.

“Si la primavera viene húmeda –pienso- puede que se inunde la habitación”.  No obstante existe la posibilidad de que si tal inundación ocurre, ésta me arrastre hasta la calle, luego al río y, éste, quizá hasta el mar.  No sé, también podría ser…

Fundiciones Averly, Zaragoza, 2013.  Óleo y tec. mixta sobre lienzo, 33 x 46 cm. (Obra que se expondrá proximamente). 




5, MAYO     


Permanente y sistemática y cíclica eclosión de los cuerpos.

Estamos en mayo.  ¿Qué no se ha dicho ya sobre mayo?
Pero los cuerpos no lo saben.  Van por ahí, exultantes y puros, alados,  ecuestres, navegantes por el mar lineal de las avenidas, o en el océano profundo y sombrío de los parques.

Los cuerpos, nadando entre o sobre la ingrávida luz de un tiempo que a veces se para, o sigue, o parpadea, o nos guiña un ojo dándonos un corte de mangas y dejándonos tirados, al reclamo de la luz, una luz que no sabemos que hacer con ella porque no sabemos dónde va.  ¿Y si ésta fuese hacia el núcleo central de la vida?

Los cuerpos, por enésima vez, sí, inocentes, cargados de ingrávida lujuria.  Los cuerpos, rompiendo estrellas remotas o practicando un sórdido crimen –el que sea- en una noche ciega y sin retorno.
 


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