sábado, 5 de abril de 2014



4, ABRIL, 2014

Abril va navegando en solitario por las aguas huérfanas del asfalto urbano. Siempre tan distinto, siempre su presencia familiar y cambiante.


Abril, pozo sin fondo, gran falacia, río crecido que secará pronto.

Noto siempre la llegada de abril –o su proximidad- porque me paro más por las calles a mirar no sé qué. Ay…


Abril, ese tren que circula lento en pos de sí mismo para llegar al comienzo de ninguna parte.


Abril, cinturas imposibles, exiguas faldas, elipses que se invierten y retornan…  Abril, sí, me dirán reiterativo, pero me importa una mierda: Abril, representación del mundo y símbolo perpetuo de la vida, evanescencia de los sentidos, ojo fugaz y aislado redundando en lo obvio, que siempre es nuevo; esa gloria no institucionalizada   de los días radiantes  en desbandada.


Todo el planeta (o sea, cualquiera de nosotros) permanece callado ante la luz que se presiente y la representación interrumpida y renovada, una y otra vez, hasta la pérdida de los sentidos, o de la muerte.  ¿La muerte?  Vaya usted a saber.  A mí me da lo mismo.


Abril, tan sólo eso.

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