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MARZO, Añoranza de Wein Min-Li
Ha vuelto el invierno.
O mejor, se ha intensificado con toda su crudeza.
Estos días, para consolarme, de vez en cuando cojo
pluma y libreta, como antes, como cuando relataba mi vida con ella, y anoto
cualquier cosa irrelevante por inercia, por instinto, por salvarme, quizá, del
penúltimo naufragio íntimo.
Me he enterado que le van bien las cosas, incluso la
tienda de lencería parece ser que es todo un éxito. Cuando yo estaba con ella iba muy mal, y no
era porque yo no le pusiera empeño, pero tal vez no despertaba la confianza del
público femenino ver a un occidental en el mostrador dándoles consejos sobre
prendas tan íntimas y sensuales, y además por medio de señas y mímica. Yo me lo pasaba muy bien, claro está, viendo
la cara de perplejidad de aquella supuesta clientela, aunque luego se iban sin
comprar nada. Pero sus caras, como no
saben fingir, eran un verdadero poema de estupor y retraimiento.
También, además de Wein Min-Li, debo de confesar que ya
estando en China me enamoré platónicamente de más de una teórica clienta, así
que mi memoria visual rebosa, gratificantemente, de ojos rasgados y los más
variados gestos de Oriente.
Venderá género y ganará dinero, seguro, pues al final
siempre se trata de eso, pero será difícil que recupere aquellas tardes, esas
noches, aquellos juegos eróticos e ingenuos en los probadores, y, sobre todo,
los paseos y excursiones a las afueras de King Tuen hasta el amanecer. Hay situaciones que no vuelven, y todo
aquello ya no podrá repetirlo con otro. Ambos dimos el uno al otro lo mejor de
nosotros y, seguramente, con ese equipaje aprendido hemos viajado por los días
en tan breve tiempo de separación.
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