domingo, 9 de febrero de 2014



7, FEBRERO

Este fin de semana ha venido la niña, aunque ya no lo es, y hemos ido de compras: Bershka, Mango, Stradivarius, Blanco y etcétera.  Hemos atravesado galerías de ropa, cielos de neón, luces indirectas y directas, decoraciones fashion o yo qué sé, música de adolescentes atemporales y mil sugerencias que no me sugieren nada.  Pero aunque sea cruel, la belleza es la juventud y la juventud está ahí, así de esquemático y simple.

En algunos locales la he esperado fuera, en la calle.  En otros he entrado.  Luces reiteradas, espejos por doquier.  Los espejos sólo reflejan la belleza neta y rotunda de un cuerpo femenino, lo demás lo vomitan, sin ninguna consideración.  Y me he visto –una vez más- vomitado por los espejos, o eso me ha parecido, con el rostro destruido y el gesto confuso y hasta temeroso.

Pero la belleza estaba ahí cerca y yo miraba a la belleza.  Ellas saben o intuyen que las miras (por mucho que lo disimules) aunque sólo sea –y así es- por curiosidad estética.  Pero yo creo –algo que es obvio- que la belleza está y ha estado siempre para mirarla, y que es gratis, aunque constantemente hay que descubrirla, destaparla, quitarle el velo discreto que la envuelve.
Uno, inevitablemente, morirá viendo belleza.

Espero.

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