7,
FEBRERO
Este fin de semana ha venido la niña, aunque ya no lo
es, y hemos ido de compras: Bershka, Mango, Stradivarius, Blanco y etcétera. Hemos atravesado galerías de ropa, cielos de
neón, luces indirectas y directas, decoraciones fashion o yo qué sé, música de
adolescentes atemporales y mil sugerencias que no me sugieren nada. Pero aunque sea cruel, la belleza es la
juventud y la juventud está ahí, así de esquemático y simple.
En algunos locales la he esperado fuera, en la
calle. En otros he entrado. Luces reiteradas, espejos por doquier. Los espejos sólo reflejan la belleza neta y
rotunda de un cuerpo femenino, lo demás lo vomitan, sin ninguna
consideración. Y me he visto –una vez
más- vomitado por los espejos, o eso me ha parecido, con el rostro destruido y
el gesto confuso y hasta temeroso.
Pero la belleza estaba ahí cerca y yo miraba a la
belleza. Ellas saben o intuyen que las
miras (por mucho que lo disimules) aunque sólo sea –y así es- por curiosidad
estética. Pero yo creo –algo que es
obvio- que la belleza está y ha estado siempre para mirarla, y que es gratis,
aunque constantemente hay que descubrirla, destaparla, quitarle el velo discreto
que la envuelve.
Uno, inevitablemente, morirá viendo belleza.
Espero.
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