jueves, 9 de enero de 2014



7, ENERO, 2014.             El posible regreso.

Un sol débil pero implacable ha barrido las nubes del invierno, se ha llevado la efímera luz y sombra de los sueños navideños en los que no creo, el dulzor empalagoso de una escenografía repetida, el envoltorio de humo y risas forzadas.  Todo eso…

Pero todos deseamos más o menos lo mismo: vernos reflejados en unos ojos que nos abriguen sin negarnos, una mano que coja la nuestra en pleno vuelo, esa mirada furtiva que nos desate el verbo o el verso arrebatado, la prolongación de una esencia que origine la tormenta imparable de la prosa, el oleaje de los sentimientos o la tempestad de los sentidos hasta el límite.

No sé qué voy a hacer. Creo que debo marchar, pues allí, en  King-Tuen, sólo vivo permanentemente en la luz clara de la noche iluminada, y sólo veo, porque solamente así lo deseo, a través de los ojos de Wein Min-Li.

Y cuando hablo de ella el recuerdo de su rostro y su mundo me rodea, y toda mi ironía y sarcasmo se vienen abajo, para abrir las puertas humildes de una amplia sonrisa de noche blanca y llena, íntima y lenta.  Entonces, veo una vez más el lago, el río Siang Chan, la plaza Chu En Lay donde está la chocolatería y, la reciente tienda de lencería en la que no se vende nada.

Debo de volver, sí, aunque en el viaje me pierda para siempre en un torbellino de nubes inestables que van a la deriva.
(A la deriva de su estela, en la órbita de su universo.)

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