7, ENERO, 2014. El posible regreso.
Un
sol débil pero implacable ha barrido las nubes del invierno, se ha llevado la
efímera luz y sombra de los sueños navideños en los que no creo, el dulzor
empalagoso de una escenografía repetida, el envoltorio de humo y risas
forzadas. Todo eso…
Pero
todos deseamos más o menos lo mismo: vernos reflejados en unos ojos que nos
abriguen sin negarnos, una mano que coja la nuestra en pleno vuelo, esa
mirada furtiva que nos desate el verbo o el verso arrebatado, la prolongación
de una esencia que origine la tormenta imparable de la prosa, el oleaje de los
sentimientos o la tempestad de los sentidos hasta el límite.
No
sé qué voy a hacer. Creo que debo marchar, pues allí, en King-Tuen, sólo vivo permanentemente en la
luz clara de la noche iluminada, y sólo veo, porque solamente así lo deseo, a
través de los ojos de Wein Min-Li.
Y
cuando hablo de ella el recuerdo de su rostro y su mundo me rodea, y toda mi
ironía y sarcasmo se vienen abajo, para abrir las puertas humildes de una amplia
sonrisa de noche blanca y llena, íntima y lenta. Entonces, veo una vez más el lago, el río
Siang Chan, la plaza Chu En Lay donde está la chocolatería y, la reciente
tienda de lencería en la que no se vende nada.
Debo
de volver, sí, aunque en el viaje me pierda para siempre en un torbellino de
nubes inestables que van a la deriva.
(A la
deriva de su estela, en la órbita de su universo.)
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