lunes, 23 de diciembre de 2013




19, DICIEMBRE.          La gran encina

He ido esta mañana hasta la plaza de Chu En Lay, donde está Wein Min Li en la chocolatería.  He ido con una escusa cualquiera, pero sólo era por un impulso implacable de verla  en su trabajo.

Hace unos días estuve en el pequeño bosque de las afueras de King-Tuen y pinté lo que creo que es una gran encina o carrasca como las que hay en los bosques mediterráneos.  Así que, con esa irrelevante escusa, me he acercado hasta el pequeño local para enseñarle el cuadro.

Se ha sorprendido al verme. Todavía está muy reciente -¿dos o cuatro meses, como mucho?- nuestra llegada a este gran país, y ambos nos observamos y sorprendemos mutuamente con frecuencia.  Su rostro era serio, tal vez con una recóndita sonrisa íntima.  Miraba el cuadro con atención. Por fin ha sonreído. Yo he suspirado entonces, pues tenía una sensación de ansiedad y quizá soledad contenida.

-La encina está en el bosque de las afueras.  Le he dicho algo azorado, para romper el silencio.  Un hombre de barba    confuciana –o laoista- y ya mayor, que es quién hace la masa de los churros y sirve algunas mesas cuando puede, me observaba con intensidad.

Wein llevaba falda negra, una blusa azul y una cinta roja que recogía el pelo muy elevado, y éste, le caía por delante de los hombros consistente y ligero.
-He dejado la puerta de casa abierta.  Como quitamos las ventanas..., seguramente habrá mucho viento por toda la casa.
-Y qué…  Ha contestado en un susurro que más bien era un pensamiento.  –El viento debe de correr por donde quiera, ¿no es así?   He asentido, con fervor, inquietud, devoción y admiración hacia ella.
-Seguramente es así, Wein, pero a veces… todavía dudo tanto…
Le ha dicho algo al empleado que hace la masa y, luego, se ha cambiado de ropa, muy seria, casi impasible.

A veces, hay un impás de silencio interno y externo en la vida que nos borra la luz y hasta el camino del día, e incluso, hasta de los días anteriores rebosantes de color y luz prolongada. Y dudamos.

-Ven.

Y le he seguido por toda la ciudad, hasta las afueras, hasta el pequeño bosque.
Sin ninguna indicación mía, me ha llevado hasta la encina que yo había pintado.  “Hemos olvidado cerrar la puerta de casa, Wein”.  No ha dicho nada.
Iba a decirle a Wein Min Li algo sobre la mitología de las encinas, pero en la corteza de ésta ella me ha señalado unos caracteres chinos grabados. Iba a preguntarle qué es lo que decían. Iba a decirle muchas cosas y no le he dicho nada. Nada.

Seguramente las puertas de la noche se han cerrado, tan sólo para nosotros.  No ha hecho frío en el bosque, ni siquiera en esta madrugada.
Decir algo más sería redundar y, sobre todo, no acertar el las palabras por muy apropiadas que estas fueran.

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