19, DICIEMBRE. La gran encina
He
ido esta mañana hasta la plaza de Chu En Lay, donde está Wein Min Li en la
chocolatería. He ido con una escusa
cualquiera, pero sólo era por un impulso implacable de verla en su trabajo.
Hace
unos días estuve en el pequeño bosque de las afueras de King-Tuen y pinté lo
que creo que es una gran encina o carrasca como las que hay en los bosques
mediterráneos. Así que, con esa
irrelevante escusa, me he acercado hasta el pequeño local para enseñarle el
cuadro.
Se
ha sorprendido al verme. Todavía está muy reciente -¿dos o cuatro meses, como
mucho?- nuestra llegada a este gran país, y ambos nos observamos y sorprendemos
mutuamente con frecuencia. Su rostro era
serio, tal vez con una recóndita sonrisa íntima. Miraba el cuadro con atención. Por fin ha
sonreído. Yo he suspirado entonces, pues tenía una sensación de ansiedad y
quizá soledad contenida.
-La
encina está en el bosque de las afueras.
Le he dicho algo azorado, para romper el silencio. Un hombre de barba confuciana –o laoista- y ya mayor, que es
quién hace la masa de los churros y sirve algunas mesas cuando puede, me
observaba con intensidad.
Wein
llevaba falda negra, una blusa azul y una cinta roja que recogía el pelo muy
elevado, y éste, le caía por delante de los hombros consistente y ligero.
-He
dejado la puerta de casa abierta. Como
quitamos las ventanas..., seguramente habrá mucho viento por toda la casa.
-Y
qué… Ha contestado en un susurro que más
bien era un pensamiento. –El viento debe
de correr por donde quiera, ¿no es así?
He asentido, con fervor, inquietud, devoción y admiración hacia ella.
-Seguramente
es así, Wein, pero a veces… todavía dudo tanto…
Le
ha dicho algo al empleado que hace la masa y, luego, se ha cambiado de ropa,
muy seria, casi impasible.
A
veces, hay un impás de silencio interno y externo en la vida que nos borra la
luz y hasta el camino del día, e incluso, hasta de los días anteriores
rebosantes de color y luz prolongada. Y dudamos.
-Ven.
Y le he seguido por toda la ciudad, hasta las
afueras, hasta el pequeño bosque.
Sin
ninguna indicación mía, me ha llevado hasta la encina que yo había
pintado. “Hemos olvidado cerrar la
puerta de casa, Wein”. No ha dicho nada.
Iba
a decirle a Wein Min Li algo sobre la mitología de las encinas, pero en la
corteza de ésta ella me ha señalado unos caracteres chinos grabados. Iba a
preguntarle qué es lo que decían. Iba a decirle muchas cosas y no le he dicho
nada. Nada.
Seguramente
las puertas de la noche se han cerrado, tan sólo para nosotros. No ha hecho frío en el bosque, ni siquiera en
esta madrugada.
Decir
algo más sería redundar y, sobre todo, no acertar el las palabras por muy
apropiadas que estas fueran.
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