miércoles, 18 de diciembre de 2013



18, DICIEMBRE.       Día de descanso en King-Tuen

Una de mis últimas visiones fugaces de mi ciudad, en España, guardada no sé por qué en la retina de la memoria, y que ha emergido ahora, en esta pequeña ciudad tan lejana de la mía, ha sido una rauda instantánea del café El Sol.

Una tarde-noche dominical de esas que agonizan a la deriva inevitable de la nada, pensé en ir a “esconderme” a dicho café tras unas letras imprevisibles y una atmósfera quieta.

Tras los cristales, en esas aciagas tardes del domingo invernal, podía verse, sin gran esfuerzo, disparidad de gente sin nexo de afinidad alguna agonizar sin consciencia en su propia oscuridad vagamente autista y, con toda seguridad, confusamente acompañada de una soledad desolada.

Cual ballenas deliberadamente varadas jadeaban las últimas palabras del día o, quién sabe si de su vida.  Gente arrumbada sobre una mesa de mármol y una estupenda decoración decadente, que es lo que a mi me gusta, o gustaba…  Pero la decoración no lo es todo, pensaba yo.  Y sí: tras el cristal, o tras la puerta no se percibía el oxigeno necesario, el mínimo latido ni el mínimo viento que hiciera  mover el corazón a través de la vista. Y si la vista no te mueve, el corazón se resiente, o se para.

Hoy, ahora, “pierdo” mi vista contando el vello de una de las cejas de Wein Min Li.  ¿Cuarenta y cinco pelos pueden ser?  No sé. Quizá vuelva a contar de nuevo. Y si me aburro puede que opte por el laberinto más interesante, puro e intrincado de su pubis.  “Es como un reto de ganar el tiempo y ganar la vida”,  me digo a mí mismo interiormente.

Ella me mira sin saber lo que pienso. Sé que si se lo explico con metáforas orientales lo entenderá perfectamente (ganar la vida “perdiendo” el tiempo), pero cuando me vuelve a mirar con mayor insistencia, me sonrojo intensamente sin poder evitarlo.

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