17, DICIEMBRE. El viaje con Wein Min-Li a la montaña del dragón.
-Ang
sin wu wuhoan (sin-chec) Brothers in
Arms min cuang lin sukg englisch Dire Straits, me ha dicho aproximadamente, claro.
Entonces
me río, sin poder evitarlo. Es todo tan surreal en esta intensa historia de
amor…
Wein
Min-Li me dice eso en chino, a mí, que no entiendo ni hablo su idioma.
Después
de sus palabras ella también ríe. Pero
lo que ella me ha dicho es: Pon esa canción nuestra (esa que ya es nuestra) de
Brothers in Arms de esa banda inglesa,
Dire Straits.
Seguidamente
le hago un simulacro de exhibición de baile en pareja: dos enamorados bailando
solos en una gran pista de baile, y después, la primera tontada en lenguaje
mímico que se me ocurre. Pero ella
todavía sigue riendo como los orientales, con cierta confusión, sin coger bien
la broma y, menos aún la ironía. Yo le
digo entonces, haciendo alguna que otra nueva escenificación, que gran parte de
los orientales parecen venidos de Marte o Saturno. Ella me hace una mueca o
amago de sonrisa seria e ingenuamente cómplice y se mete bajo las sábanas. Me zambullo en el lecho, a su lado. Boca arriba los dos, pongo la pierna elevada
y le digo que estamos en una tienda de
campaña en medio del monte en la noche.
Wein Min-Li mira el mástil-pierna como si estuviera a la intemperie
invernal en una cordillera del norte de China, en una frágil tienda, los
dos. Y fuera cae la nieve –lo leo en sus
ojos serios- o sale de pronto la luna o,
tal vez, hay una gran tormenta que arrastra y se lleva todas las noches aciagas
del mundo. Todas.
Entonces
ella, como siguiendo el juego, se incorpora y me sugiere bailar (le dije una vez el pudor que me produce esa
intimidad cómplice, mirándonos; algo todavía no superado desde la
adolescencia). Y bailamos, bailamos
hasta el amanecer, incluso sin música.
Y en
medio de la noche sale el sol, o llueve, o cae la nieve con grave silencio, o
llegan tempestades que traen la luna de nuevo hasta el lecho, y así, todo se
confunde felizmente a un tiempo.
Una
gran montaña de vida plena va creciendo a mi lado. Siento, e incluso veo, la gráfica metáfora. Y
ahora comprendo por qué no me ha gustado nunca el cine, por qué no me gustaban
tantas y tantas cosas. Tuve que recorrer
medio mundo (interior) para llegar -¿fue una casualidad?- hasta la quietud del soto dónde habitaba Wein
Min-Li.
Pero
no, no fue una casualidad. Y si lo fue, nada me importa. O es absolutamente
irrelevante como casi todo lo que me
rodea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario