martes, 17 de diciembre de 2013



17, DICIEMBRE.   El viaje con Wein Min-Li a la montaña del dragón.

-Ang sin wu wuhoan (sin-chec)  Brothers in Arms min cuang lin sukg englisch Dire Straits,  me ha dicho aproximadamente, claro.
Entonces me río, sin poder evitarlo. Es todo tan surreal en esta intensa historia de amor…

Wein Min-Li me dice eso en chino, a mí, que no entiendo ni hablo su idioma.
Después de sus palabras ella también ríe.  Pero lo que ella me ha dicho es: Pon esa canción nuestra (esa que ya es nuestra) de Brothers in Arms de esa banda inglesa,  Dire Straits.

Seguidamente le hago un simulacro de exhibición de baile en pareja: dos enamorados bailando solos en una gran pista de baile, y después, la primera tontada en lenguaje mímico que se me ocurre.  Pero ella todavía sigue riendo como los orientales, con cierta confusión, sin coger bien la broma y, menos aún la ironía.  Yo le digo entonces, haciendo alguna que otra nueva escenificación, que gran parte de los orientales parecen venidos de Marte o Saturno.  Ella me hace una mueca o amago de sonrisa seria e ingenuamente cómplice y se mete bajo las sábanas.  Me zambullo en el lecho, a su lado.  Boca arriba los dos, pongo la pierna elevada y le digo que  estamos en una tienda de campaña en medio del monte en la noche.  Wein Min-Li mira el mástil-pierna como si estuviera a la intemperie invernal en una cordillera del norte de China, en una frágil tienda, los dos.  Y fuera cae la nieve –lo leo en sus ojos serios-  o sale de pronto la luna o, tal vez, hay una gran tormenta que arrastra y se lleva todas las noches aciagas del mundo. Todas.

Entonces ella, como siguiendo el juego, se incorpora y me sugiere bailar  (le dije una vez el pudor que me produce esa intimidad cómplice, mirándonos; algo todavía no superado desde la adolescencia).  Y bailamos, bailamos hasta el amanecer, incluso sin música.

Y en medio de la noche sale el sol, o llueve, o cae la nieve con grave silencio, o llegan tempestades que traen la luna de nuevo hasta el lecho, y así, todo se confunde felizmente a un tiempo.

Una gran montaña de vida plena va creciendo a mi lado.  Siento, e incluso veo, la gráfica metáfora. Y ahora comprendo por qué no me ha gustado nunca el cine, por qué no me gustaban tantas y tantas cosas.  Tuve que recorrer medio mundo (interior) para llegar -¿fue una casualidad?-  hasta la quietud del soto dónde habitaba Wein Min-Li.

Pero no, no fue una casualidad. Y si lo fue, nada me importa. O es absolutamente irrelevante  como casi todo lo que me rodea.

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