16.
DICIEMBRE En las dilatadas
noches de oriente
Paso
los dedos por sus ojos. Wein Min-Li
sonríe desde el sueño.
Fuera
llueve, y llueve. Es la época de
lluvias, creo.
Un
viento quieto recorre la casa. Nada se
oye. Se rizan levemente unas cortinas de gasa que tenemos como puerta, y
también en las ventanas.
No
hace frío.
Hemos
quitado provisionalmente las ventanas para poder ver los farolillos de la extensa
calle.
Hemos quitado las ventanas para que entre a la estancia el pequeño
dragón de los sueños nocturnos.
Hemos
quitado las ventanas para que entre la luna a visitarnos con su sigilo
acostumbrado, dejando un rastro de luz por la tarima del suelo.
Hemos
quitado las ventanas para, si fuera necesario, salir volando con urgencia hacia las nubes.
Sí,
hemos quitado las barreras, para que
nada se interponga entre la intensa noche y nuestros cuerpos violentamente
enamorados, gloriosamente extraviados en la indescifrable leyenda del mundo,
ingenuamente escondidos a la luz de Selene, cuidadosamente ocultos para que el
vacío no trunque ni descubra nuestra vida, ese vacío que va buscando las almas
sin rumbo para llevarlas a la inerme ribera de la nada.
Noche
abierta e infinita del oriente. Noche en
desbandada a la ribera prohibida de los sueños más antiguos de la tierra.
Hoy,
Wein Min-Li se levantará tarde. Ella,
que según me ha dicho leyó el Tao de niña, sabe que una sola noche puede durar
cinco o seis meses.
O
doce.
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