lunes, 16 de diciembre de 2013



16.  DICIEMBRE       En las dilatadas noches de oriente


Paso los dedos por sus ojos.  Wein Min-Li sonríe desde el sueño.
Fuera llueve, y llueve.  Es la época de lluvias, creo.

Un viento quieto recorre la casa.  Nada se oye. Se rizan levemente unas cortinas de gasa que tenemos como puerta, y también en las ventanas.
No hace frío. 

Hemos quitado provisionalmente las ventanas para poder ver los farolillos de la extensa calle. 

Hemos quitado las ventanas para que entre a la estancia el pequeño dragón de los sueños nocturnos.

Hemos quitado las ventanas para que entre la luna a visitarnos con su sigilo acostumbrado, dejando un rastro de luz por la tarima del suelo.

Hemos quitado las ventanas para, si fuera necesario, salir volando con urgencia  hacia las nubes.

Sí, hemos quitado las barreras,  para que nada se interponga entre la intensa noche y nuestros cuerpos violentamente enamorados, gloriosamente extraviados en la indescifrable leyenda del mundo, ingenuamente escondidos a la luz de Selene, cuidadosamente ocultos para que el vacío no trunque ni descubra nuestra vida, ese vacío que va buscando las almas sin rumbo para llevarlas a la inerme ribera de la nada.

Noche abierta e infinita del oriente.  Noche en desbandada a la ribera prohibida de los sueños más antiguos de la tierra.

Hoy, Wein Min-Li se levantará tarde.  Ella, que según me ha dicho leyó el Tao de niña, sabe que una sola noche puede durar cinco o seis meses.
O doce.

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