13, DICIEMBRE. En el
lago de King-Tuen
Le
dije: He de contarte historias y
aventuras de la mitología de nuestra cultura mediterránea. Te gustarán.
Si te hablo de ellas también te hablo entonces de mi adolescencia y primerísima
juventud.
Esas
historias de dragones y emperadores, son de tu mundo, pero yo también quiero
que conozcas nuestros mitos, pues representan la estética de nuestros sueños,
inconscientes o no.
Previamente,
había ido a buscar a Wein Min Li a la chocolatería que tenemos en la plaza de
Chu En Lay.
Wein
decidió llevarme a pasear por el pequeño lago que se encuentra en un parque
algo asilvestrado.
Cómo
nos cambia la vida cuando nos cambian los sentimientos y los paisajes
radicalmente. Entonces todo refulge en
una plenitud desconocida, o que tal vez habíamos olvidado, lo cual es peor…
Hay
una constante polifonía interior, un viaje atemporal que revive y se invierte
en cada crepúsculo para hacer palpitar la noche venidera con más gloria.
-El cuello
te sabe a chocolate.
Y
con esa escusa iba besando su cuello.
Ella sonreía, pudorosa, como si fuera a vernos alguien de su familia.
Ya
en el lago, todo me daba vueltas. “No es bueno el no ir mirando por donde se
anda”, dije todavía algo mareado y descompuesto. Vi una vez más su rostro, cómo miraba con esa
dulzura infinita, la suya, igual que cuando me miraba furtivamente en España al
cruzarnos inesperadamente por la calle.
-Mira,
dijo Wein, rauda y casi con naturalidad. –Mira como emerge una Náyade del lago.
Sí,
el lago estaba iluminado, y una forma difusamente humana emergía y se
desplazaba hacia la orilla.
Cómo
sabes que es una Náyde. ¿Has leído mitología greco-rromana?
Al
otro extremo del lago apareció una nueva luz…
-Mira Wein, mira, un dragón. ¡Es un dragón de
verdad¡
. . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . .
Podría
extenderme más, sí, pero hay que ser medianamente honesto, pues la noche no
podía describirse con palabras. Una
inmensa belleza no descifrable flotaba sin rumbo, inercialmente, a la deriva de
un mundo seguramente desconocido.
Estaba
seguro que aquello era el final, así que me senté dispuesto a que llegase,
dispuesto a recibirle.
Wein
Min Li seguía mirando el lago, estática, con una leve sonrisa congelada.
Desperté
en una cama de hospital. A mi lado
estaba Wein, y frente a mí dos médicos.
Wein Min Li me tradujo: “Dicen que ha sido una bajada de glucosa”.
No
tienen ni idea, pensé. ¿De nuevo es el
síndrome de Stendhal? No, esta vez no.
Seguramente ha sido de tanto hacer el
amor.
-¿De
qué te ríes?, me preguntó Wein Min Li.
(Habrán
notado que, en lugar de Wein, normalmente escribo el nombre completo: Wein Min
Li. Pero a mí me gusta hacerlo así:
prolonga la felicidad y se extingue todo
atisbo de sombra.)
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