viernes, 13 de diciembre de 2013



13, DICIEMBRE.        En el  lago de  King-Tuen

Le dije:  He de contarte historias y aventuras de la mitología de nuestra cultura mediterránea.  Te gustarán.  Si te hablo de ellas también te hablo entonces de mi adolescencia y primerísima juventud.
Esas historias de dragones y emperadores, son de tu mundo, pero yo también quiero que conozcas nuestros mitos, pues representan la estética de nuestros sueños, inconscientes o no.

Previamente, había ido a buscar a Wein Min Li a la chocolatería que tenemos en la plaza de Chu En Lay.

Wein decidió llevarme a pasear por el pequeño lago que se encuentra en un parque algo asilvestrado.

Cómo nos cambia la vida cuando nos cambian los sentimientos y los paisajes radicalmente.  Entonces todo refulge en una plenitud desconocida, o que tal vez habíamos olvidado, lo cual es peor…
Hay una constante polifonía interior, un viaje atemporal que revive y se invierte en cada crepúsculo para hacer palpitar la noche venidera con más gloria.

-El cuello te sabe a chocolate. 
Y con esa escusa iba besando su cuello.  Ella sonreía, pudorosa, como si fuera a vernos alguien de su familia.

Ya en el lago, todo me daba vueltas. “No es bueno el no ir mirando por donde se anda”, dije todavía algo mareado y descompuesto.  Vi una vez más su rostro, cómo miraba con esa dulzura infinita, la suya, igual que cuando me miraba furtivamente en España al cruzarnos inesperadamente por la calle.

-Mira, dijo Wein, rauda y casi con naturalidad. –Mira como emerge una Náyade del lago.
Sí, el lago estaba iluminado, y una forma difusamente humana emergía y se desplazaba hacia la orilla.
Cómo sabes que es una Náyde.  ¿Has leído mitología  greco-rromana?
Al otro extremo del lago apareció una nueva luz…
-Mira  Wein, mira, un dragón. ¡Es un dragón de verdad¡

                                . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Podría extenderme más, sí, pero hay que ser medianamente honesto, pues la noche no podía describirse con palabras.  Una inmensa belleza no descifrable flotaba sin rumbo, inercialmente, a la deriva de un mundo seguramente desconocido.
Estaba seguro que aquello era el final, así que me senté dispuesto a que llegase, dispuesto a recibirle.
Wein Min Li seguía mirando el lago, estática, con una leve sonrisa congelada.

Desperté en una cama de hospital.  A mi lado estaba Wein, y frente a mí dos médicos.  Wein Min Li me tradujo: “Dicen que ha sido una bajada de glucosa”.
No tienen ni idea, pensé.  ¿De nuevo es el síndrome de Stendhal?  No, esta vez no. Seguramente ha sido de tanto hacer  el amor.
-¿De qué te ríes?,  me preguntó Wein Min Li.

(Habrán notado que, en lugar de Wein, normalmente escribo el nombre completo: Wein Min Li.  Pero a mí me gusta hacerlo así: prolonga  la felicidad y se extingue todo atisbo de sombra.)


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario