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DICIEMBRE. La noche en el
bosque de King Tuen
Una
gran tormenta ha caído en el bosque periférico de King-Tuen. Casi se desborda el río a su paso por la
ciudad.
Habíamos
salido a dar un paseo ya algo tarde, sin rumbo, y hemos acabado en el pequeño
bosque.
Hemos
encontrado una noche clara y grata, de luna llena. Todo un espectáculo
regalado.
-Es
un tópico de noche, he dicho casi como quien verbaliza un pensamiento.
Me ha mirado interrogada, tierna, casi
cortándome el aire. Me cuesta asumir su
rostro y este presente, tan perfecto y escenográfico. Pero quizá pueda serlo, sí, quizá...
Luego,
le he explicado lo del tópico edulcorado y excesivamente romántico que
entendemos en occidente por esta armonía de espacios y luces, por su rostro que
agradezco, multiplicado una y otra vez en miles de instantáneas tan sólo para
mí, para mí sólo; por tanto amor que no
cesa, de momento, ay, de momento…
Con
una sorprendente prontitud toda esa claridad celeste ha oscurecido llenando el
bosque de sombras densas. Me ha abrazado, temerosa, angustiada.
Con
cierta dificultad y más de una caída hemos llegado por fin a las primeras luces del
extrarradio urbano. Todavía llovía un
poco. Los dos empapados, bajo una
farola, y ella, no sé por qué, mirándome asustada.
Su
cabello lacio, que tanto me gusta, pegado a las sienes, fundido en su cabeza,
el agua resbalándole por el rostro
temeroso.
-Estás preciosa, Wein Li, preciosa,
más que nunca, que ya es decir. Pero
dime, ¿qué te ocurre?
Nos
hemos besado con intensidad y hasta tal punto, que pensaba, asustado y feliz:
¿Otra vez el síndrome de Stendhal? No
puedo, no, he de procurar no desvanecerme aquí mismo. A Wein le ocurre algo.
Ante
mi insistencia, me ha dicho
-Tengo un mal presagio.
-Cual… Dímelo.
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