5,
diciembre 2013
Del oriente viene la luz. Puede ser.
Yo hasta hoy no lo sabía.
Esta mañana he paseado entre arrozales por los
estrechos caminos que separan las distintas terrazas.
Tampoco sabía que existiera la paz, la paz de verdad.
La paz verdadera puede que venga de la simplicidad…, y no sé si del simplismo
–que no es lo mismo-, algo que he odiado toda mi vida y de lo que no me he
repuesto, porque no estoy seguro de querer reponerme.
No obstante me dejo llevar, ya me dejo llevar a dónde
sea, por una inercia gloriosa de luz inextinguible que no cesa.
Aquí, en los
campos, la gente es laboriosa e increíblemente tranquila y pacífica. Esto, en parte ya lo sabía por los dos textos
de la Historia de China que leí cuando estaba en España, ¡hace tan poco…¡
Hay una luz que me llena de eternidad, sabiendo, como
sé, la estremecedora finitud de todo. Y sé que es una percepción emocional,
pero no me importa. Quiero seguir cultivándola
porque aunque sea falsa, es algo que me envuelve y por lo que me dejo envolver.
Me abandono a ella por completo.
Ya por la tarde, impregnados de una clara penumbra,
Wein Min-Li y yo hemos echado una prolongada siesta. Una gasa blanca ondeaba con la débil brisa
del Oeste.
Le he dicho, casi en un susurro, mientras miraba
inercialmente el serpenteo de la gasa:
“Tu eres mi eternidad, Wein Min-Li”
Sabía que era algo sonrojantemente convencional, pero
me he emocionado hasta el llanto.
¿Qué ha ocurrido luego?
Luego yo no sé si he soñado o he vivido. No lo sé ni lo quiero saber,
pero sí sé, que lo que viva, voy a vivirlo en un presente infinito, en un
presente de eternidad.
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