viernes, 26 de abril de 2013

Sobre" Las pulcras zonas periféricas" y "Recuerdos del norte".




NOTAS EN LA ANTIGUA BODEGA. (Sobre las pulcras zonas periféricas).
1 de  marzo, 2013.

Hace unos años que pensé que la bodega (antigua) podría llenarse de esas gentes saturadas y ya aburridas de “naturaleza”, y de lo que yo entonces llamaba –y sigo llamando- las ajardinadas zonas periféricas: los complejos de asépticos chalets y zonas precipitada y urgentemente “lujosas”; ese lujo de cartón-piedra sin pátina alguna de historia.

Eso, aquí en la bodega, hoy se ve cada día más en estos ya largos años que vengo con cierta periodicidad.  Pero feliz y egoístamente para mí, con la distancia que la separa del centro histórico clásico, la ha ido salvando de las modas neo-populares u esnobismos cotidianos que, sobre todo, siempre son más visibles, y es lógico, en fines de semana.

La bodega tiene un público diverso y fiel, de varias clases sociales y sobre todo, en el amplio sentido, un público-clientela auténtico que, en su mayoría, no va de nada, sino sólo a pasar un rato agradable y desinhibido, charlar desenfadadamente y tomar unas anchoas en salmuera (a mí me gustan los penillos) o un vermut casero, por ejemplo, entre otras muchas cosas…

La bodega, en síntesis, no ha cambiado ni “me” la han transformado en un centro temático para –repito-  neo-esnobistas de última hora.  La bodega es, sin lugar a dudas, el único local auténtico que se conserva en esta ciudad. Y esto, ya, sin entrar a describir a sus propietarios, lo cual parecería puro y simple peloteo.  Pero si otro día hago unas notas de lo que creo es su acertada gestión, será otra historia. Hoy no toca.



RECUERDOS DEL NORTE (desde la bodega), 26, abril, 2013.

Las pocas  veces que llueve en esta desolada región me acuerdo del norte.  Y para mí, hablar del  Norte es hablar de Asturias, de Oviedo y de un caserío idílico –así lo recuerdo- muy cercano a la capital, y que era donde nació mi padre.

El Norte…: Cómo puede gustar algo y ser a la vez antagónico al estado emocional e incluso vital de alguien, de mí.

Días de lluvia, adolescencia y niñez que, en todo caso, sólo fue una parte testimonial de éstas, lo suficiente para guardar en los altillos del recuerdo paisajes, olores, colores y, sobre todo –ay- sensaciones. Días empapados de bosques (a mi me parecían inmensos, y no lo eran), praderas, lluvia fina, leve azul en los pocos días despejados y, muchachas de la escuela a las que yo, quizá en un alarde insólito de atrevimiento, o con escusa de algunos deberes de la escuela o lo que fuese, acompañaba a la mínima aldea. Pero un niño venido provisionalmente de la entonces lejana ciudad del valle del Ebro, difícilmente dejaba de ser un forastero.

Luego, la siguiente época, el año escaso que estudié ya en la capital, como era lógico, la “vida” ya no estaba en el misticismo natural e instintivamente ritual del caserío, con sus vacas, gallinas, montes y cuidadas praderas, sino en el centro de la ciudad donde, naturalmente, existía la posibilidad de encontrarme a alguna de las muchachas que acudían al instituto cercano a donde yo iba.

Y qué decir más… Pues que allí en Oviedo, y quién sabe si venidas desde los antiguos bosques de Tracia o Arcadia, estaban las ninfas, sí, aquellas muchachas que cortaban la respiración, detenían mi tiempo y desbordaban todo un mundo ya predispuesto, de antemano, a ser rebasado por cualquier maravilla todavía mayor; y la única maravilla resulta que sólo residía –quizá- en la adolescencia, que es como una de las pocas ciencias, por así decirlo, inasibles de la vida, tan fugaz en cualquier ser humano, sí…

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