domingo, 21 de abril de 2013

Más monólogos a media voz, desde la bodega.




MONÓLOGOS  DESDE  LA  BODEGA,   20,  abril, 2013,

Hay un rumor persistente en las calles, una ecléctica sinfonía mantenida, un estruendo de luces, pájaros y voces que se renueva a sí mismo sin cansar los sentidos.

Hay un rumor que va y viene y sin embargo no se queda, está como vagando inquieto de acá para allá, esperando que alguien lo atrape por sorpresa, con leve delectación.

…Hay un rumor eterno de vibraciones interiores que, al captar las exteriores, se hacen recíprocas, se complementan y  -quizá- crean la vida, una vida independiente y mínima que late, una vida que se complementa con otras vidas como siempre ha sido y será.

Sin embargo, quién  atrapará el instante de esta tarde; quién accederá a los repetidos y eternos resortes de la noche encendida y latente;  quién hará la traducción plácida y serena de los signos ocultos de la madrugada antes que despierte el alba y se disipen los senderos luminosos de los sueños, esos que yaces sin fisuras ni concesiones entre el lecho de las sábanas… Y quién aplacará la ofensa inmisericorde de la siniestra opacidad gris que siempre está al acecho, para degollar furtivamente, en silencio, nuevas existencias en la próxima noche, aquellas que lucían con luz propia…




MONÓLOGOS  A  MEDIA  VOZ  DESDE  LA  BODEGA.  20, abril, 2013,


No hay piedad.  Los días son un “ente”, por así decirlo, cíclico y eterno, si es que tal cosa puede ser simultánea.  Los días son ese ente renovado y anárquico a la vez que no expresa su consciencia-conciencia  hacia nadie y por nadie, y esto, aún siendo obvio, no resulta menos aterrador de lo que realmente es.

Horas y días y meses ciegos, sordos y mudos, pasando en tropel ante nosotros en un laberinto de imágenes y una inmensa manzana de calles prolongadas que se pierden en el vacío del tiempo, de nuestro tiempo o, de nuestro desamor, pues a veces, ambos términos, guardan una íntima relación de escalofrío.

Los abismos –muchas veces- son el espectáculo reflejado en los dobles y triples espejos del tiempo cuando éste, se para un instante y nos mira de frente, o más bien, cuando en un lapso no previsto descubrimos su presencia parada, sin prisas, en medio de una lógica-ilógica eternidad inmutable.

No hay piedad.  No, no hay piedad para nadie, ahí afuera, o no se sabe dónde, entre los surcos indeterminados del tiempo.  Y esto no es afán de “transcendencia”, por favor, es simplemente un escalofrío leve, uno más, que me lleva en un instante, al atavismo primigenio de las noches más lejanas donde alguien, tú o yo, dormía acurrucado en una cálida sombra, sin la menor intención de despertar…

Quizá, por esto último dicho, el instinto trasciende más allá de los siglos y el tiempo y tiene un presentimiento de gloria, que tal vez sería el no “despertar” a la existencia aciaga y,  condenada de antemano a un efímero destino inexorable…



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