MONÓLOGOS
DESDE LA BODEGA,
20, abril, 2013,
Hay un rumor
persistente en las calles, una ecléctica sinfonía mantenida, un estruendo de
luces, pájaros y voces que se renueva a sí mismo sin cansar los sentidos.
Hay un rumor que va y
viene y sin embargo no se queda, está como vagando inquieto de acá para allá,
esperando que alguien lo atrape por sorpresa, con leve delectación.
…Hay un rumor eterno
de vibraciones interiores que, al captar las exteriores, se hacen recíprocas,
se complementan y -quizá- crean la vida,
una vida independiente y mínima que late, una vida que se complementa con otras
vidas como siempre ha sido y será.
Sin embargo,
quién atrapará el instante de esta
tarde; quién accederá a los repetidos y eternos resortes de la noche encendida
y latente; quién hará la traducción
plácida y serena de los signos ocultos de la madrugada antes que despierte el
alba y se disipen los senderos luminosos de los sueños, esos que yaces sin
fisuras ni concesiones entre el lecho de las sábanas… Y quién aplacará la
ofensa inmisericorde de la siniestra opacidad gris que siempre está al acecho,
para degollar furtivamente, en silencio, nuevas existencias en la próxima noche,
aquellas que lucían con luz propia…
MONÓLOGOS A
MEDIA VOZ DESDE LA BODEGA.
20, abril, 2013,
No hay piedad. Los días son un “ente”, por así decirlo,
cíclico y eterno, si es que tal cosa puede ser simultánea. Los días son ese ente renovado y anárquico a
la vez que no expresa su consciencia-conciencia
hacia nadie y por nadie, y esto, aún siendo obvio, no resulta menos
aterrador de lo que realmente es.
Horas y días y meses
ciegos, sordos y mudos, pasando en tropel ante nosotros en un laberinto de
imágenes y una inmensa manzana de calles prolongadas que se pierden en el vacío
del tiempo, de nuestro tiempo o, de nuestro desamor, pues a veces, ambos
términos, guardan una íntima relación de escalofrío.
Los abismos –muchas veces-
son el espectáculo reflejado en los dobles y triples espejos del tiempo cuando
éste, se para un instante y nos mira de frente, o más bien, cuando en un lapso
no previsto descubrimos su presencia parada, sin prisas, en medio de una
lógica-ilógica eternidad inmutable.
No hay piedad. No, no hay piedad para nadie, ahí afuera, o
no se sabe dónde, entre los surcos indeterminados del tiempo. Y esto no es afán de “transcendencia”, por
favor, es simplemente un escalofrío leve, uno más, que me lleva en un instante,
al atavismo primigenio de las noches más lejanas donde alguien, tú o yo, dormía
acurrucado en una cálida sombra, sin la menor intención de despertar…
Quizá, por esto
último dicho, el instinto trasciende más allá de los siglos y el tiempo y tiene
un presentimiento de gloria, que tal vez sería el no “despertar” a la
existencia aciaga y, condenada de
antemano a un efímero destino inexorable…
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