SEMANA
SANTA, 30, marzo, 2013.
Atardece
en Falset.
Falset es
la capital política y comercial-administrativa de la comarca tarraconense del
Priorat.
Gente que
sube y baja desde lo que fue el castillo a las históricas y modernistas
bodegas, y luego, retornan procesionalmente de las bodegas al castillo.
En lo que fue
la primitiva iglesia de la fortaleza hay algo así como un parque temático del
vino, y las gentes o turistas hacen el recorrido, inercialmente por la senda,
degustando los distintos caldos por las empinadas calles de la población con
las copas en la mano, paladeando el vino, aturdiéndolo hasta lo insospechado.
Seguramente, algunos ya han empezado a gozar de la grata y traidora compañía de
Baco sin advertirlo, y seguramente por eso, las cuestas del recorrido
procesional se les hacen más livianas.
Cuando ya
nos vamos, me fijo casualmente en una pareja, más o menos vestida para la
ocasión, aunque no entiendo muy bien para qué hay que ponerse guapos para subir
y bajar de las bodegas al “parque temático” del castillo y viceversa. Hablan, sentados sobre las almenas de la
muralla, mientas mirándose de forma cómplice, brindan en silencio con sus
copas. La noche no está lejos. Dicen –lo he oído- que esta Semana Santa hay
Luna llena. Yo no la he visto, y lo que
es peor, ni siquiera lo he intentado.
La noche
no está lejos, y yo sigo mirándoles. Se quedan allí, en la tarde, que
seguramente es “su tarde”. De lo que no
tengo dudas es de que no va a ser “mi tarde” ni “mi noche”.
Y nos
vamos. Me voy con una inmensa tristeza,
una tristeza de esas que parece que ya empezamos a asumir, por inevitable,
porque quizá “tenga que ser así”. Pero en realidad no “es así”, pues eso no se
asume nunca, y lo demás son ruedas de molino, cantos de sirena o simplemente
querer autoengañarse.
Me voy
pensando en la inmediata noche de ellos, pero difusamente. ¿Cómo será su noche?
Me voy,
sí, con una inmensa tristeza que no puedo ni quiero describir porque ésta, me
avisa una vez mas como de mi expulsión del mundo. Cada hora, cada luz y cada instante es
siempre distinto. Y el dolor, y esa
inmensa tristeza desasistida de saber que el amor se aleja cada vez más y, su
alejamiento me resulta inaceptable, me parece totalmente inasumible poder
aceptarlo. Se puede aceptar con total
consciencia y resignación la muerte, y entender por básica inteligencia que
ésta llegará porque le llega a todo el mundo… pero no se puede, de ningún modo,
no se debe aceptar siquiera con un poco de dignidad la pérdida del amor jamás,
y no se puede porque eso sí que es infinitamente peor que la muerte. Y no hace falta explicarlo; quién quiera que
lo entienda, y sino, es lo mismo.
Habría que
luchar siempre por el amor, más que por la “vida”, porque sencilla y paradójicamente
al luchar por el amor ya se está luchando implícitamente por la vida; y sino,
aunque sólo fuera por una sola noche de amor y porque ésta fuera como una sola
vida entera, como el único recuerdo inolvidable que primero debe ser vivido y
luego puede ser contado. El único.
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