Notas en la bodega. Marzo de 2011
He
visto al pintor hace unos días, al colega, al hombre lírico y soñador, ese de
los que ya hay tan pocos.
La
noche dominical ya cerraba filas, decapitada al fin, como todas las noches de
domingos sin gloria y, sí mucha zozobra.
Nos hemos saludado. Nos hemos
alegrado de volvernos a ver, siempre por casualidad, intempestivamente.
Él, es el hombre solitario por excelencia, con una leve sonrisa imprecisa que, está a mitad de camino entre una sutil melancolía esperanzada y el declive como de un indeterminado crepúsculo inexistente; una sonrisa, también, de sabia ironía que asimila su entorno y sin embargo, no entra el él, y menos aún entra a luchar en su campo para competir con tanta banalidad, con tanta sordidez, con toda la imbecilidad que se ha apoderado del mundo del arte en los últimos años.
Es el hombre que mira (dicen, y se presume de ello, porque lo he observado, que es mucho el personal que mira y observa al observador. Pero no es así y no me lo creo: hay muchas formas de mirar…); es el hombre que mira y digiere, porque filtra todo aquello en lo que se detienen sus ojos. Mirar no significa necesariamente “digerir”. Hay que pasar las imágenes saturadas por un filtro selectivo y depurador. Pero este amigo pintor es, sobre todo, “el hombre de la mujer” y hacia la mujer, el hombre que se sumerge en el complejo y laberíntico universo del mundo femenino. Ama a la mujer en genérico, en abstracto, a la mujer eterna; creo que la ama de una forma muy similar a la que yo amo a la mujer también, y sólo por eso, y algunos detalles más, le tengo gran afecto y en gran estima. Parece estar fuera del mundo, estando como está en él, aparentemente, al igual que yo, permanente e implacablemente en el mundo. Pero sin embargo le envidio, digamos, ese deambular (yo también deambulo, igual o más) en el que el roce con el suelo parece que no le afecta y, da la impresión que de ser así, puede seguir plácidamente en su universo casi sin mayor contratiempo; todo un universo de estética femenina en el que, felizmente, no tiene cabida el hombre.
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