domingo, 3 de marzo de 2013



   Notas en la bodega.  Marzo  de 2011
He visto al pintor hace unos días, al colega, al hombre lírico y soñador, ese de los que ya hay tan pocos.
La noche dominical ya cerraba filas, decapitada al fin, como todas las noches de domingos sin gloria y, sí mucha zozobra.  Nos hemos saludado.  Nos hemos alegrado de volvernos a ver, siempre por casualidad,  intempestivamente.


Él, es el hombre solitario por excelencia, con una leve sonrisa imprecisa que, está a mitad de camino entre   una sutil melancolía esperanzada y el declive como de un indeterminado crepúsculo inexistente; una sonrisa, también, de sabia ironía que asimila su entorno y sin embargo, no entra el él, y menos aún entra a luchar en su campo para competir con tanta banalidad, con tanta sordidez, con toda la imbecilidad que se ha apoderado del mundo del arte en los últimos años.


Es el hombre que mira (dicen, y se presume de ello, porque lo he observado, que es mucho el personal que mira y observa al observador.  Pero no es así y no me lo creo: hay muchas formas de mirar…);  es el hombre que mira y digiere, porque filtra todo aquello en lo que se detienen sus ojos.  Mirar no significa necesariamente “digerir”.  Hay que pasar las imágenes saturadas por un filtro selectivo y depurador. Pero este amigo pintor es, sobre todo, “el hombre de la mujer”  y hacia la mujer, el hombre que se sumerge en el complejo y laberíntico universo del mundo femenino.  Ama a la mujer en genérico, en abstracto, a la mujer eterna; creo que la ama de una forma muy similar a la que yo amo a la mujer también, y sólo por eso, y algunos detalles más, le tengo gran afecto y en gran estima.  Parece estar fuera del mundo, estando como está en él, aparentemente, al igual que yo, permanente e implacablemente en el mundo.  Pero sin embargo le envidio, digamos, ese deambular (yo también deambulo, igual o más)  en el que el roce con el suelo  parece que no le afecta y, da la impresión que de ser así, puede seguir plácidamente en su universo casi sin mayor contratiempo; todo un universo de estética femenina en el que, felizmente, no tiene cabida el hombre.
Qué gran desahogo humano supone el tener afecto y cariño a un colega, a un compañero de profesión, habiendo como hay  -y no siento en absoluto el decirlo-  tanto imbécil en este trabajo del arte, tanto majadero que además se cree o creen que nos la cuelan.  Pero, para compensar, creo que hay que ser groseros y vulgares –también- al enfrentarnos, obligadamente, con la vulgaridad y la grosería sibilinas, elevadas éstas a rango social-institucional.  Se creen que nos la cuelan con la vaselina de la meguez, con esa somardería aragonesa tan peligrosa como desconcertante…  Y a veces  –hay que joderse-  nos la cuelan, e incluso sin vaselina.  Es entonces cuando ponemos la cara de aquel famoso eskech  de los humoristas Martes y Trece: “Enncanna,  Enncanna de Móstoles, estoy friendo unas empanadillas y como mi hijo está haciendo la mili en Móstoles, pues he dicho, voy a llamar a Enncanna…” etcétera, etcétera.  Qué alivio, sí, el pensar por un instante que no estamos solos. El poder pensar que podría caber, todavía, la posibilidad de un posible mundo de sueños; sueños y ensueños modestos, no gran cosa, luminiscencia transparente y muy alejada, eso sí, de la obsesión por el marketing, el triunfo, la fama y la gloria.  Y que descanso el saber que a veces, a esta última gente mencionada, podemos llegar a tenerla verdaderamente lejos, cuanto más lejos mejor

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