viernes, 15 de marzo de 2013

TRAS LOS ESPEJOS



    8 de marzo,  2013

Te he visto demasiadas veces en los espejos, a través de ellos, en las calles, a mi lado, en nuestra casa, que es esta casa de la ciudad y también, en el estudio de la pequeña ciudad bajoaragonesa.
Te he visto demasiadas veces, en el recorrido de esta biografía personal que es un segundo; es decir, casi toda una vida.
Te he visto en la mañana, en la tarde-noche, en las horas inciertas de la madrugada,  en el amanecer, cuando las luces todavía están plagadas de expectante indefinición… que es la de uno mismo, por supuesto.

No es fácil haber llegado al viaje del olvido, en un luctuoso retorno por los agónicos pasillos de los espejos, donde a través de ellos ya no reconocemos a nadie.  Ay…, este viaje del olvido y las miradas, todavía tan temprano. ¿Por dónde ha venido?  ¿Cómo se produjo este tránsito inesperado en el que ha llegado de visita -¿para quedarse?- el desamor en la noche de las luces muertas?

No, no es fácil el viaje del olvido, pues te he visto y me has visto muchas veces a través de los espejos, de soslayo, frontalmente y,  también, con la luz gloriosa de todos los días del mundo resumida en un instante. Pero hay siempre un camino de ida que no se sabe a dónde va, y, todos transitamos por él, porque es de fácil recorrido, o por exceso de juventud y más exceso aún de ingenuidad, derivada ésta  de la primera. Es un viaje aparente de ida y, en realidad se está haciendo ya el clásico e ineludible recorrido del retorno, hacia el declive, el futuro sin futuro y la nada.
Hay sin embargo -¿cómo negarlo?- paisajes comunes, playas, acantilados (que no recordamos), bosques intrincados, barcas varadas –felizmente- en la playa de la memoria, cuando yo te miraba, y entonces el tiempo se iba, cobardemente, nos dejaba solos y se escondía en sus sótanos: negros huecos helados de ausencias.  Hay todavía sotos periféricos y noches que inundaron de luz –luz sin reservas-  por un tiempo unos recuerdos en común, toda una escenografía vivida y, por tanto cierta. 
Eres, no obstante el amor, mi amor, ¿el único?  En todo caso es ese que hoy confundo con todos los amores y todo aquel ejército de ninfas reales o soñadas.
Dirás, con razón incontestable, que el balance ha sido demoledoramente negativo para ti.  Es cierto, y la consciencia de esa certeza me conduce directamente a la noche embarrancada, al temblor y al miedo indeterminado, ilocalizable.  Pero te he visto –es poco su valor, lo sé- demasiadas veces reflejada en los espejos,  junto a mí.

Quizá ya no hay nada que <amortizar>, o sólo nuestras miradas reciprocas, casuales o furtivas.  Queda, para mí, el triste espectáculo de reconducir el miedo, esa gran abstracción metafísica del miedo; queda recuperar todo aquello que se pueda y, como mucho y último recurso, esperar que llegue el verano, su calor cierto, su luz de fuego e infinito y desdibujado horizonte…  Y vivir siempre mentalmente en el verano, porque no hay nada más, quizá, salvo sus preámbulos y lujosas galas de abril-mayo y, su línea de expectación latente, ya instalados de pleno en mitad del estío, sólo sus manos sólidas que nos llevan al denso bosque de la vida y, envueltos de esa tibia calidez, no queremos saber qué hay más allá.  Y ni siquiera nos importa, seguro, tan sólo por evitar un nuevo temblor, o por no despertar a los nuevos miedos siempre latentes, advenedizos y oportunistas. Sí, oportunistas como la propia vida.
Nadie se ha asomado hoy a los espejos. Hoy descansan los espejos, y es fiesta en el calendario de sus lunas que reflejan –pretendidamente- el infinito doméstico de sueños, realidades a medias y afirmaciones en voz baja. 
Hoy, quizá duermen, sí, los espejos.  Y nos regalan una tregua necesaria, urgente, inaplazable.

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