(Pasado
al blog: 20 de marzo 2013)
LUIS MANUEL MARTÍNEZ (18, Abril, 2011)
LUIS MANUEL MARTÍNEZ (18, Abril, 2011)
(Fuera
de contexto cronológico)
Esta
tarde, pintaba con desesperada y lenta agonía sobre un lienzo denso, opaco, en
el que no había luz.
Pintaba
pero no pintaba, creo que ya se entiende, porque hace tiempo que estoy viviendo
muerto, y un muerto, a poco que maneje la semántica, siempre resulta
literario. En fin, que soy un muerto por
extraño que parezca. Un muerto que
sonríe, con inquietante rigidez, frente a un espejo isabelino.
Pintaba,
incluso, intentando pintar, lo cual tiene un plus de mérito por deliberado
voluntarismo. Pintaba despacio, sí, pero
intentando hacerlo más rápido porque a veces hay que poner un límite a estos
lentos e imperceptibles procesos de descenso, de inequívoco demarraje hacia el
abismo. Algo así pensaba.
De
pronto, y como suele venirnos cualquier tipo de pensamiento, sin pretender
evocarlo deliberadamente (ocurre
normalmente que hay menos casualidades de las que creemos), he recordado a Luis Manuel Martínez.
En
una tórrida mañana dominical de Julio
(¿era Julio?) quedamos todo el grupo de habituales tertulianos para ir,
en los distintos coches particulares, hasta el pueblo de donde era Luis Manuel.
Le
fuimos a despedir con un pequeño y muy emotivo homenaje de versos y
prosas. Pedro se encargó de leer uno de
los poemas en su recuerdo para que aquel adiós fuese, dentro de lo posible, más íntimo y
cálido.
En
más de una ocasión he recordado, quizá con cierta y secreta envidia, a Luis Manuel.
Pero
sí, así es, hay gente que como él, cumple, cumple con su palabra o, simplemente,
es mínimamente coherente; coherente con lo más hondo, con lo más trascendente:
su vida. Decidir su propia vida: cómo,
por qué, y hasta cuando.
Luis
Manuel solía llevar camisetas negras con estampados jevis o así, pero su
aspecto, su voz (de tenor) y sus formas
transmitían cierto rigor y sobriedad, lo que quiere decir, ya de paso, que sí
había algo –o mucho- de jevi en él. Los
jevis, como cualquiera, también pueden ser profundos y graves, por supuesto.
Era
un caluroso día de verano, como ya he dicho antes. Creo recordar también, que le llevamos un
gran ramo de rosas rojas.
Antes
de acudir a su despedida definitiva, el pequeño grupo de colegas de tertulia
fuimos a desayunar a un bar. Después del
breve desayuno, estuve jugando al futbolín con alguien. Ahora se me ocurre que, en cierta medida, esa
aparentemente frívola actitud casi era, o directamente era, una pose
inconsciente y perfectamente jevi de despedida.
Luis
Manuel, Pensaba. Esto no es nada
extraordinario, en principio, que no estoy diciendo tal cosa, pero sí era un
hombre que pensaba e intentaba, al menos, racionalizar, en la medida de sus
posibilidades humanas, la existencia y su posible valoración subjetiva y
también objetiva, lo que no es poco, desde luego, en una sociedad tan corrosivamente
simplista e insultantemente vacua.
Recuerdo
el nicho, que daba la impresión (a mí
por lo menos) como de haber sido improvisado al azar y en un lugar cualquiera,
en una de las tapias interiores del cementerio.
Aunque una muerte, en cierta medida siempre es improvisada, incluso
también en el caso de un deliberado y hasta cierto punto anunciado suicidio,
cuya culminación es sin duda el acto de mayor dignidad y transcendencia del ser
humano. El nicho, creo que estaba en
sombra. Todos íbamos en manga
corta. Cuando Pedro dio lectura al poema
pude ver, en medio de aquel silencio sentido, como Marigel derramaba unas lágrimas sin llanto. Alguien se va, se va definitivamente, sí,
pero con dignidad, con toda la dignidad a la que es posible aspirar en este mundo.
A
Luis Manuel le interesaba la filosofía y la religión de la antigua Persia, Zarathustra, el Zend-Avestra, Aura-Mazda y todo eso.
Era un hombre solitario y no sonreía, o como mucho, apenas un esbozo en
el gesto como intento de querer agradar fugazmente; pero le gustaba
comunicarse, y, creo recordar que no transigía con las blandenguerías al uso y
simplismos de medio pelo (eso que a mí tanto me agrede y, sin embargo, suelo
“transigir” mucho más de lo que desearía).
Un
día, mirándome con una fijedad imperturbable, me dijo que había observado, como
yo, con mis argumentaciones reiteradas (eso debía de ser en aquella época,
claro) solía llevarme al interlocutor a mi terreno. Me quedé mirándole, sorprendido. En ese momento no sabía discernir si aquello
lo decía totalmente en serio. Aunque no
solía bromear.
Nada,
pues, a mi entender, hay más real y solemne como es el final de la vida que
conocemos. Y nada hay también más digno como el querer elegir, con convicción y
sin titubeos, sin falsas moralidades ni estériles miedos.
Esta
tarde, y ya pasados unos años de aquella última partida al futbolín, quizá
busque una víctima para echar unas cuantas.
Dicen (o digo yo, que es lo mismo) que libera adrenalina o pensamientos
dudosos, y eso es bueno. O simplemente lo digo por una extraña “indolencia”
transitoria. O por que me apetece que
así sea, para descansar, para descansar…
Para
descansar después de tanto descanso.
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