miércoles, 23 de enero de 2013



                                                                    SEPTIEMBRE,  2012

Otro septiembre…
Ayer escribía y monologaba mentalmente acerca de este nuevo septiembre, pero es en vano.  Hoy ya no recuerdo nada y son otros los pensamientos, las sensaciones, los colores…  Ya son otros cielos, otra brisa, otro temblor y otras mujeres las que van ahora por la gran avenida. 
Septiembre es la gran ventana abierta a ese paisaje de la luz urbana que declina.  Septiembre es el verbo intermitente,  la palabra contenida, el  cuerpo entero que duda y  tiembla allá en el ocaso del interior más hondo y secreto.   Septiembre soy yo, septiembre eres tú, que me miras desde el universo de tu septiembre personal e inédito, que me miras a través del espejo isabelino mientras te pintas los labios en la penumbra.  (Nunca he entendido como puedes pintarte los labios con tan poca luz, y menos, a qué es debida esa costumbre.)
Hay millones de septiembres, y yo, ahora, como desde hace años, me preparo a vivir la fugacidad y el estertor de esos cuerpos que desfilan ante mí, me dispongo a ver toda su  urbanidad agreste y cíclica de cinturas, cabellos incendiados de crepúsculo y cuerpos enésimamente gloriosos que van a no sé dónde, o que van hacia la tarde inexorable, hacia la tarde tardía, rezagada…,  que van hacia la noche, seguramente luminosa.
Septiembre era fuego, era luz, leve inquietud y ansiedad esperanzada, antesala de nuevos sueños y, tal vez, preámbulo de una intimidad esperada.  Hoy, septiembre, la mayor parte de los días es un estanque inmóvil varado en la parálisis de las horas sin futuro, de las horas insomnes que no sueñan, ni siquiera sueñan.    Hay,  septiembre…
Septiembre podía ser todo o casi todo desde sus grandes puertas abiertas a todos los cielos y todas las luces.   Septiembre era una cita, un pálpito de rubor secreto, una mirada deseada, o una mirada fortuita que nos desestructuraba ya todo el día.  Septiembre era, sobre todo, una gran colisión de pupilas como las autopistas que se cruzan y entrelazan allá en las afueras de la ciudad.
¿Con quién sueño o en quién pienso en estos años?   No lo sé.  Es tan disperso y tan intenso a la vez este sueño/ensueño que se apaga, que se va y, que terminará por abandonarme pese a mis implacables esfuerzos por intentar retenerle.
Ni el tiempo, la edad o el pensamiento van, casi nunca, al ritmo biológico-cronológico de los cuerpos, esos cuerpos  –algunos- que, como ya sabemos, son más pensamiento que cuerpo, más decorado infinito que paisaje inmediato y limitado.

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