miércoles, 23 de enero de 2013



                                                                    Septiembre,  2008 / marzo 2010
                            
 La dispersión y sus variantes:  la escritura automática, mecánica, instintiva, sorpresiva, telepática, forzada (incluso), urgente, inaplazable, liberadora, vital, recurrente, silente, desamortizada, amatoria, o apasionada…  desengañada, sola, aislada, privada, conservadora o liberal, ciega, sorda, muda, amordazada, encadenada… multitudinaria…
La dispersión y sus variantes, esa que a veces podría ser vértigo y sima del silencio por dónde se ahoga la voz en la nada.    Palabras y voz, voz y palabras, pero en todo caso, siempre a la orilla del abismo, siempre en el umbral o el preludio del fin; de un fin que incluso, se hace de rogar.
La dispersión respetada, temida, genérica y amplia, algo así como la reunificación recurrente    -e imposible-  de un vacío mayor e incuestionable.
Todo –quizá-  está ahí, allí, aquí mismo y, seguramente desde siempre;  palabras, pensamientos, innumerables tratados de lo que sea y  filosofías de todo tipo.   Y nosotros  aquí, recién llegados y con los zapatos nuevos.   Siempre recién llegados.  Siempre en el inicio de una función que nunca terminamos de ver.    Siempre necesitados de todo tipo      de explicaciones,  de sueños, de caricias…  e  incluso de falsedades.   “Sí, miéntanme con amor, por favor, sí, con todo tipo de apastelamiento almibarado –haré como que no me entero- porque hoy, como decía aquella niña un poco tonta y redicha en su canción,  hoy no me puedo levantar,   y no es por el alcohol precisamente, pero hoy, ya casi no me puedo levantar”.  Sí, miéntanme, con lo que sea, con amor o sin él, pero miéntanme, porque nosotros –todos, quién sea-  estamos aquí esperando todo tipo de afectos o, como poco, deseando creernos cualquier idea “nueva” (vieja…), siempre advenediza  o, como poco dudosa; esperando que nos cuenten cualquier plagio de la historia repetido hasta el hartazgo.    Todo nos vale, todo nos llena y todo nos vacía por dentro y por fuera, en la tarde o  la mañana…  hasta el delirio, hasta el delirio de la penúltima luz,  contigo, sí, contigo, contigo en la última luz, que es cuando apareces (o cuando deberías aparecer)…  cuando llegas, cuando tendrías que llegar…

Contigo, así es, porque no deseo otra cosa (aunque no sepa lo que es).   Contigo, en ese vuelo rasante y terminal del que he hablado tantas veces.   Contigo y la compañía incuestionable de este piano que suena rotundo en esta habitación de al lado.   Porque no deseo otra cosa, ya digo,  y lo afirmo una vez más;  contigo y sus notas hasta el fin, aunque  no lo creas, por todo, o por lo que sea,  o porque no te conozco, o porque me confundo a cada paso y sigo temiendo ese otro paso hacia adelante, en el abismo, sin ti, o sin el piano de esta habitación de al lado (que es pura y gráfica y simplísima metáfora),  o de nuevo sin ti, ahora, ya en la luz venidera… aunque no sé qué luz, no sé qué nombre y no sé qué tarde;  ahora, en la tarde o en el hondo y luminiscente negro de la noche;  ahora, cuando tal vez deberías venir, siquiera como un remoto reclamo a las formas, desde la ausencia, o desde el fondo del fondo de todas las ausencias, de todos los abismos remotos, vacíos y abstractos.
Cuanto dolor tras una mirada impávida, o, un esbozo de sonrisa.
Cuanto cosmos acumulado en un instante…  Nunca he sabido por qué ni para qué.
Nunca.  Nunca…       

No hay comentarios:

Publicar un comentario