miércoles, 23 de enero de 2013



Café  Easo.     28 de Noviembre de 1012

Falta el aire.  No hay aire en la tarde-noche.  Y no es un “atenuante” que esto no sea novedad.  No hay aire, sencillamente, y el pecho, el corazón y casi todo el resto del cuerpo sufren lo suyo.
No hay aire, no, es así de drástico, y esto no se le puede reprochar a nadie; faltaría.  Hay un cierzo frío y una atmósfera purísima, pero no llega el oxigeno a los pulmones y uno lo entiende, lo asimila, digamos mejor que lo encaja hasta con cierta e intimista sabiduría o beatitud…

Esta mañana he ido a correr en medio de un viento bestial por una de las zonas despejadas de la ciudad: lo que fue la Expo.   El viento era tal, que nada más levantarme he oído por la radio los nombres de los parques que cerraban al público (entre ellos el que voy a correr habitualmente: el Parque Grande, ahora, J. A. Labordeta) por el riesgo que había de que fuesen derribados algunos árboles.   ¡¡Menuda emoción…¡¡    Hubiera sido una de esas noticias de relleno, aisladas e irrelevantes, sórdida y poco frecuente a la vez: “Un hombre que practicaba footing muere al caerle encima un árbol derribado por el fuerte cierzo.”   Bueno, quizá algo de épica momentánea  tiene, e incluso casi humorística,  ¿no?
Estoy en el Café Easo, y no sé por qué  -¿o sí lo sé?-  mientras escribo estas notas me sonrío, sin sarcasmo, sin malicia quizá.  Luego diré por qué.
He pasado, mientras ya había decidido venir aquí, por el café Las Glorias. Hay que agarrarse y ponerse a pensar por un instante el por qué le habrán puesto ese nombre que, casi pretende ser épico-mitológico o no sé qué:  Las Glorias.  Qué cosas…
 Sospecho que esa cafetería, tal vez multidisciplinar dentro del gremio, pues no se sabe muy bien, como la mayoría de las cafeterías de esta ciudad, a qué tipo o concepto de cafetería pertenece o puede encuadrarse…,  sospecho que le produce cierta intriga y, sobre todo desconcierto estético a mi amor.  “Oye  -me ha dicho una o dos veces como sin querer, así, como sin concederle aparente importancia alguna-  ¿y el café Las Glorias… Mira, creo que hay alguna mesa libre”.
El café Las Glorias, a pesar de su nombre sumamente desconcertante, yo siempre he pensado que no es para mi amor, mi amor de toda la vida.  Ella, por supuesto, es sin duda merecedora de muchísimo más.  Ella merece, por naturaleza, el gran café, así en genérico; el gran hotel; el gran vestido largo, regio y sencillo a la vez.  Ella, en fin, entre tantas cosas merece, simplemente como aperitivo y como poco, los pendientes de diseño decó que vimos hace unos días, y no precisamente tomar el mejor de los cafés o la más estupenda horchata en el café Las Glorias.  Aunque ella conoce en el fondo que eso sería, como poco, una frivolidad, o quizá un divertimento, pero abismalmente muy por debajo de sus posibilidades…, de su clara personalidad afirmada desde siempre.   Y quizá pueda darme apuro decirlo pero la cosa es así: ella está muy por encima, así es, de tanta gente tan indigeriblemente simple, y que al menos yo he tenido la desdicha, e incluso el sumo interés  -¿Por qué no?-  de conocer.
Aquí, en el café Easo  (me vuelvo a sonreír sin poder evitarlo ahora), hay que decir que, al igual que otras veces, está rebosante de bellezas; mujeres solas y exquisitas que, por tal motivo, sólo invitan a anotar lo que sea sin levantar la vista para mirarlas…, uno, claro, es tan sensible a la belleza  agreste y rotunda, a la belleza exótica o sin pulir, que decide ser hombre fiel y no  pecar siquiera con el pensamiento ante la frontal contemplación de tanta damisela con impecable cabellera recién horneada, como los panes matinales, o rubias mechas modernas y alocadas, como electrizadas y dispares (es lo que tiene la neo-modernidad a granel)  que, como poco me desconciertan, ahora, cuando tanto concierto y concentración y equilibrio estético necesito.
Y siempre es necesario, con más o menos consciencia de ello, un mínimo equilibrio estético.  Quizá por eso -¡¡qué instinto el mío¡¡- he recalado aquí, donde tu ya conoces, en el  inclasificable café  Easo,  poblado, como otras veces, de sus modernas mocedades.

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