Café Easo.
28 de Noviembre de 1012
Falta
el aire. No hay aire en la
tarde-noche. Y no es un “atenuante” que
esto no sea novedad. No hay aire, sencillamente,
y el pecho, el corazón y casi todo el resto del cuerpo sufren lo suyo.
No
hay aire, no, es así de drástico, y esto no se le puede reprochar a nadie;
faltaría. Hay un cierzo frío y una
atmósfera purísima, pero no llega el oxigeno a los pulmones y uno lo entiende,
lo asimila, digamos mejor que lo encaja hasta con cierta e intimista sabiduría
o beatitud…
Esta
mañana he ido a correr en medio de un viento bestial por una de las zonas
despejadas de la ciudad: lo que fue la Expo.
El viento era tal, que nada más levantarme he oído por la radio los
nombres de los parques que cerraban al público (entre ellos el que voy a correr
habitualmente: el Parque Grande, ahora, J. A. Labordeta) por el riesgo que
había de que fuesen derribados algunos árboles.
¡¡Menuda emoción…¡¡ Hubiera sido una de esas noticias de relleno,
aisladas e irrelevantes, sórdida y poco frecuente a la vez: “Un hombre que
practicaba footing muere al caerle encima un árbol derribado por el fuerte
cierzo.” Bueno, quizá algo de épica
momentánea tiene, e incluso casi
humorística, ¿no?
Estoy
en el Café Easo, y no sé por qué -¿o sí
lo sé?- mientras escribo estas notas me
sonrío, sin sarcasmo, sin malicia quizá.
Luego diré por qué.
He
pasado, mientras ya había decidido venir aquí, por el café Las Glorias. Hay que
agarrarse y ponerse a pensar por un instante el por qué le habrán puesto ese
nombre que, casi pretende ser épico-mitológico o no sé qué: Las Glorias.
Qué cosas…
Sospecho que esa cafetería, tal vez
multidisciplinar dentro del gremio, pues no se sabe muy bien, como la mayoría
de las cafeterías de esta ciudad, a qué tipo o concepto de cafetería pertenece
o puede encuadrarse…, sospecho que le
produce cierta intriga y, sobre todo desconcierto estético a mi amor. “Oye
-me ha dicho una o dos veces como sin querer, así, como sin concederle
aparente importancia alguna- ¿y el café
Las Glorias… Mira, creo que hay alguna mesa libre”.
El
café Las Glorias, a pesar de su nombre sumamente desconcertante, yo siempre he
pensado que no es para mi amor, mi amor de toda la vida. Ella, por supuesto, es sin duda merecedora de
muchísimo más. Ella merece, por
naturaleza, el gran café, así en genérico; el gran hotel; el gran vestido
largo, regio y sencillo a la vez. Ella,
en fin, entre tantas cosas merece, simplemente como aperitivo y como poco, los
pendientes de diseño decó que vimos hace unos días, y no precisamente tomar el
mejor de los cafés o la más estupenda horchata en el café Las Glorias. Aunque ella conoce en el fondo que eso sería,
como poco, una frivolidad, o quizá un divertimento, pero abismalmente muy por
debajo de sus posibilidades…, de su clara personalidad afirmada desde
siempre. Y quizá pueda darme apuro
decirlo pero la cosa es así: ella está muy por encima, así es, de tanta gente
tan indigeriblemente simple, y que al menos yo he tenido la desdicha, e incluso
el sumo interés -¿Por qué no?- de conocer.
Aquí,
en el café Easo (me vuelvo a sonreír sin
poder evitarlo ahora), hay que decir que, al igual que otras veces, está rebosante
de bellezas; mujeres solas y exquisitas que, por tal motivo, sólo invitan a
anotar lo que sea sin levantar la vista para mirarlas…, uno, claro, es tan
sensible a la belleza agreste y rotunda, a la belleza exótica o sin
pulir, que decide ser hombre fiel y no pecar siquiera con el pensamiento ante la
frontal contemplación de tanta damisela con impecable cabellera recién horneada,
como los panes matinales, o rubias mechas modernas y alocadas, como
electrizadas y dispares (es lo que tiene la neo-modernidad a granel) que, como poco me desconciertan, ahora,
cuando tanto concierto y concentración y equilibrio estético necesito.
Y
siempre es necesario, con más o menos consciencia de ello, un mínimo equilibrio
estético. Quizá por eso -¡¡qué instinto
el mío¡¡- he recalado aquí, donde tu ya conoces, en el inclasificable café Easo, poblado, como otras veces, de sus modernas
mocedades.
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