Será
que es agosto, o será casualidad, pero he salido a <<andar
deprisa>> (cosa que es de lo más aburrido y absurdo del mundo; nada tiene que ver con
ir a correr…) y, he hecho el mismo recorrido varios días: Gran Vía, Fernando el
Católico y, luego, el gran parque en todas sus direcciones. Por todos los bancos de esos grandes paseos,
y el parque incluido, había gran <<animación>> de ancianos en sillas
de ruedas acompañados de sus cuidadores/as.
Luego, ya, en las rectas y curvas que va trazando el Canal Imperial,
otros tantos y/o esporádicos señores, como yo, andando deprisa (en esto de
andar deprisa soy un neófito) en un interminable viaje a ninguna parte. Si el <<Viaje a ninguna parte>>
no fuera el título de una memorable película de Fernando Fernán Gómez, podría
haber sido, perfectamente, el inicio de un luminoso poema, un verso inacabado o
una estrofa sublime; así: EL VIAJE A NINGUNA PARTE. Magistral. Rotundo. Pero en realidad es el viaje que realizamos
el noventa y ocho o noventa y nueve por ciento.
El resto, ese uno o dos por ciento, son gente sinceramente gloriosa que
<<casi>> rozarán la eternidad del cosmos, por así decirlo (u ojalá
sí…), pero seguramente ni eso. Quizá
todo se quedará en la penumbra perezosa e indiferente de este planeta y,
probablemente, ni siquiera eso.
Después
del singular y nada gratificante esfuerzo de <<andar deprisa>>
durante casi tres horas, y con ese libro abierto (y virtual) de
filosofía/espectáculo/recordatorio cotidiano de lo que seremos dentro de nada,
de naaaa… he deambulado al azar, como siendo condescendiente conmigo mismo,
como quién se pide perdón a sí mismo por tanta reiteración de años: imágenes
nefastas, parecidos pensamientos, esbozos de todo tipo de monólogos interiores
que, una vez más, no conducen absolutamente a nada, a nada positivo. Pero después de eso, ya digo, he seguido
andando por calles estrechas, grandes almacenes, librerías, y, en una de ellas,
he adquirido un libro, casi al azar, uno de esos libros aparentemente livianos,
pero, seguro: de un escritor de mínimo trasfondo. O sea, más de lo mismo, para no perder la
costumbre.
A
veces, es que no tenemos remedio.
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