OTOÑO
¿Recuerdas cómo eran las
luces por aquellos márgenes de la tarde?
¿Quién recuerda las bifurcaciones que conducían a las ermitas, los soles
falsos, o, el doble arcoiris sobre los mares inciertos del cielo?
¿Quién recordará, quizá
todavía, mi mirada exenta del tiempo, incluso del mundo?
Recordar el frío de la
tarde, las ensenadas temblorosas de los cielos, el rojo fuego en el horizonte terminal, quizá iluminando mis pupilas sin
saberlo.
Recuerdo, en todo caso,
situaciones tensas de las que sólo yo era el responsable. Luego, vinieron más situaciones igualmente
tensas –sin motivo aparente alguno- para mí.
Pero ese era mi drama transitorio, mi penitencia de no sé qué y mis
miedos/demonios interiores. Ay… los miedos personales, actuando de forma
irracional y yendo a contracorriente, sin conocer la diplomacia ni por
supuesto -esto es peor- la piedad última, ese devenir anímico en el
que el ser humano colisiona frontalmente contra el muro de la realidad. Y resulta que la “realidad” puede llegar a
ser la mayor abstracción de nuestra vida y la mayor obstrucción para nuestros
actos.
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