
Nada tan irracional como “alejarse” del mundo cuando estamos (o no estamos) en él permanentemente.
Hay un inmenso cansancio de siglos, agotador, que sentimos como si en algún momento hubiéramos vivido esos siglos. Hay algo atávico que siempre nos lleva a una lejanía incierta, lejanía inciertamente lírica y peligrosa; lejanía que bordea el abismo y, una vez más, nos vuelve dispersos y huérfanos del mundo, sí, huérfanos en un inmenso mundo de percepciones cruzadas y sentimientos ambiguos y contradictorios sin fin.
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