13, enero, 2017
Cúrame del vacío –dije, le dije. O lo pensé-.
No permitas que este cadáver muera todavía más, este cadáver reflejado
en los espejos sucesivos y decimonónicos de esta casa extraña que (a veces) ya no conozco.
Sólo a ti quiero mirarte. No sé quién eres. Se me confunden todos los rostros… miles, pero sé –quizá- que eres tú, la de siempre, ninfa de agua,
seguramente a tu pesar.
He viajado desnudo y desinhibido
frente estos espejos isabelinos en un viaje de ida y vuelta por el limitado
universo del piso. Y fue en el puente –lo recuerdo-, donde los primeros sueños
adultos, desordenados, líricos hasta el vértigo.
He tenido muchos amores, casi todos
soñados, otros fugazmente en ciernes, y alguno real, y en uno de esos que eran
<<ciertos>> y
gloriosamente intensos (allá, al
principio de los tiempos), estabas tú, sí desde los primeros tiempos; tú, ninfa de agua atardecida, seguramente a
tu pesar.
Sálvame. Cúrame del vacío. Sólo soy un cadáver que trabaja en los lienzos, hace deporte y a veces
respira hondo, pero un cadáver muy frágil que va a fenecer cualquier día, pero
sí: fenecer de pura lírica, sin concesiones.
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