sábado, 18 de febrero de 2017

13, enero, 2017

Cúrame del vacío –dije, le dije.  O lo pensé-.   No permitas que este cadáver muera todavía más, este cadáver reflejado en los espejos sucesivos y decimonónicos de esta casa extraña que  (a veces) ya no conozco.

Sólo a ti quiero mirarte.  No sé quién eres.  Se me confunden todos los rostros…  miles, pero sé –quizá-  que eres tú, la de siempre, ninfa de agua, seguramente a tu pesar.

He viajado desnudo y desinhibido frente estos espejos isabelinos en un viaje de ida y vuelta por el limitado universo del piso. Y fue en el puente –lo recuerdo-, donde los primeros sueños adultos, desordenados, líricos hasta el vértigo.

He tenido muchos amores, casi todos soñados, otros fugazmente en ciernes, y alguno real, y en uno de esos que eran <<ciertos>>    y gloriosamente intensos  (allá, al principio de los tiempos), estabas tú, sí desde los primeros tiempos;  tú, ninfa de agua atardecida, seguramente a tu pesar.


Sálvame.  Cúrame del vacío.  Sólo soy un cadáver que  trabaja en los lienzos, hace deporte y a veces respira hondo, pero un cadáver muy frágil que va a fenecer cualquier día, pero sí: fenecer de pura lírica, sin concesiones.        

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