29, ABRIL 2014
El piso, la
casa, las habitaciones y la decoración; todo tan banal. Pero todo ello es nuestra madriguera (aquí estoy en la casa/museo), nuestro
refugio y nuestro palacio, el pobre y limitado universo entero; nada, pero todo
al mismo tiempo.
No sé cuándo
ocurrió, cómo fue, en que sólo vivo hacia el exterior (falso exterior) para ver
la falsa verticalidad quebrada de la luz.
Hace unos
años, y estando en una librería, un hombre ya maduro, con cierta cultura y más
verborrea, me comentó, entre otras cosas, que él <<desearía morir entre
las piernas de una mujer>>. Yo eso
nunca lo había pensado, pues vivo en un confortable y falso exterior. No sé por qué digo esto… ¿Tal vez por exceso de introversión sacada a
la luz a puntapiés?
A mí, quizá,
ahora sólo me interesa la luz rasgada y rotunda penetrando en las formas de la
tarde hasta producir el llanto desgarrado en el alma, alma de civilizada
lujuria; ese llanto, por reincidente que sea; ese que no deja huella en el
rostro y no se olvida jamás.
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