domingo, 10 de abril de 2016



29, ABRIL  2014
El piso, la casa, las habitaciones y la decoración; todo tan banal.  Pero todo ello es nuestra madriguera (aquí estoy en la casa/museo), nuestro refugio y nuestro palacio, el pobre y limitado universo entero; nada, pero todo al mismo tiempo. 

No sé cuándo ocurrió, cómo fue, en que sólo vivo hacia el exterior (falso exterior) para ver la falsa verticalidad quebrada de la luz.

Hace unos años, y estando en una librería, un hombre ya maduro, con cierta cultura y más verborrea, me comentó, entre otras cosas, que él <<desearía morir entre las piernas de una mujer>>.  Yo eso nunca lo había pensado, pues vivo en un confortable y falso exterior.  No sé por qué digo esto…  ¿Tal vez por exceso de introversión sacada a la luz a puntapiés?

A mí, quizá, ahora sólo me interesa la luz rasgada y rotunda penetrando en las formas de la tarde hasta producir el llanto desgarrado en el alma, alma de civilizada lujuria; ese llanto, por reincidente que sea; ese que no deja huella en el rostro y no se olvida jamás.

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