2, marzo.
Hoy, he venido a la bodega sin las
prótesis –las gafas- que ayudan a proyectar esa pequeña luz, ilusionante y
efímera, sobre el blanco folio en forma de letras, palabras, frases enteras, y,
por supuesto, eternas en ese momento para nosotros.
Pero la Luz del Mundo hoy está
afuera, en la calle, a kilómetros de aquí o en la densa sombra de mi propio
estómago.

Temo, estoy verdaderamente
aterrorizado porque la Luz den Mundo cese de pronto (sí, todavía más) sin
previo aviso, y no retorne, y no ilumine más los ojos del cerebro, el estómago,
las manos, los pies (mis pies cuando bailan), ese gran bosque matinal que
algunas veces he creído ver, pero que sólo habita en la indescifrable dimensión
del ensueño, ¡ay!, ya ajado, en vertiginosa y desestructurada desintegración…
¿Será así realmente?
Obviamente, esta foto donde aparecen las gafas es anterior al día de este texto.
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