domingo, 20 de marzo de 2016



2, marzo.

Hoy, he venido a la bodega sin las prótesis –las gafas- que ayudan a proyectar esa pequeña luz, ilusionante y efímera, sobre el blanco folio en forma de letras, palabras, frases enteras, y, por supuesto, eternas en ese momento para nosotros.

Pero la Luz del Mundo hoy está afuera, en la calle, a kilómetros de aquí o en la densa sombra de mi propio estómago.

La Luz del Mundo hace constantes viajes a deshoras, imprevisiblemente, de acá para allá y muy fugazmente.  Atraparla es harto difícil, pues no siempre se halla en el mismo sitio y, además, va rotando. Hoy, la Luz del Mundo, tal vez se encuentre en la sombra íntima y secreta de la entrepierna de una mujer próxima que no conozco.  ¿O sí?  No, seguro que no.

Temo, estoy verdaderamente aterrorizado porque la Luz den Mundo cese de pronto (sí, todavía más) sin previo aviso, y no retorne, y no ilumine más los ojos del cerebro, el estómago, las manos, los pies (mis pies cuando bailan), ese gran bosque matinal que algunas veces he creído ver, pero que sólo habita en la indescifrable dimensión del ensueño, ¡ay!, ya ajado, en vertiginosa y desestructurada desintegración…

¿Será así realmente?
Obviamente, esta foto donde aparecen las gafas  es anterior al día de este texto.

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