lunes, 15 de febrero de 2016



15, febrero, 2016

Ay…, el cuerpo a cuerpo de los cuerpos, los calendarios del tiempo, o el tiempo de los calendarios.  La mujer, a veces asociada a los miedos (¿recientemente?), a los vendavales existenciales de una belleza estática, cruel, aniquiladora.  

 El inconsciente tal vez desea una belleza sedentaria, sí, para poder acudir a ella –quizá- como a un templo, pero la realidad  nos ofrece un universo en constante y perpetuo cambio en el que todo se renueva y fluye.  Hay que ver, pues, a la belleza (y/o la mujer) como algo genérico, universal y eterno para poder acudir a su culto, siquiera semanalmente.  Y esto no es machismo, por favor, esto, sencillamente es visión ambiguamente existencial para seguir teniendo un asidero… siquiera pseudoliterario;  para seguir teniendo un suelo (sobre las nubes se anda muy mal, os lo aseguro, y lo digo por experiencia),  un escalón por subir, una escalinata que bajar, ¡hay!, una gran escalera por descender, pero que antes de esa certeza, el cómo llegue y por dónde venga, que me alcance la muerte y, ni siquiera se presente; no me interesan los formalismos.

((Ese cuerpo a cuerpo, esos miedos que laten y despiertan, de pronto, en lo más oculto del intelecto para venir a agredirnos…, en toda la esfera del pensamiento más amplio. El pensamiento: ese gran enemigo impersonal que pone coto a casi todas las plenitudes...))

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