11. ENERO.
Aceras fatigadas, semáforos sonámbulos,
gente que se cruza conmigo sin verla,
y, una niebla insana
que sólo vive en mí.
Derrumbados todos los soles, todas las
lunas, todos los puentes, todos los
crepúsculos ardiendo a la vez en
una pira de recuerdos y prosas constantes, sí,
esas que eran el fuego eterno de la vida.
Pensamos en la “vida” como algo genérico y,
resulta que es algo sumamente privado. Ay, la vida,
quizá escondida –una mínima parte de ella- en una
carpeta desvencijada que no sé si he cogido al salir de
casa.
¿He cogido la carpeta?
No lo sé ni quiero saberlo
y me da lo mismo. Pero llevo, en todo caso,
los pies, la cabeza, los brazos e incluso el cuerpo.
Llevo demasiado, Quisiera no llevar tanto, pues
me sobra casi todo. Bueno, hay días que me sobra todo,
y aún así, salgo a las calles, por mí, sí, sobre todo por
mí,
y porque sé que
ellas, siempre estarán ahí.
(O eso es lo previsible…)
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