24, diciembre
Esa gente inmediata, tan cercana, que
intenta acercarse a ti, a uno.
Esa gente de buena fe, cerca de nosotros
y, a kilómetros (emocionales) de distancia, una gran distancia de
comunicación/incomunicación real, un muro insalvable que es, que son, simplemente
mundos distintos.
Me producen más soledad, más ausencia
su cercanía, sus palabras previsibles, con buen intención; sus dulces
obviedades, su psicologismo apresurado de donde van cogiendo conceptos manidos,
un poco al azar, como en un cajón desastre.
Y, aún cuando el psicologismo lo
ejerza otra de de las personas cercanas distinta, allegada, si ésta es ordenada
en su discurso, metódica, cuadriculada y, con un punto de verborrea que, en el
fondo, y como suele ocurrir, sólo se está desfogando a tu costa con el “evidente”
pretexto de ayudarte a ti…, entonces, el silencio y la soledad del
supuestamente ayudado todavía es mayor.
He visto, muchas veces en la vida,
que hay personas que cuando van “descubriendo” las obviedades del mundo y, te las
cuentan didácticamente, para ayudarte, lo que en realidad deberían hacer es
pagarte por haberles escuchado en aquiescente y resignado mutismo.
Es un hecho probado que, no sólo se han
ahorrado el psicólogo a domicilio (sea el lugar o estancia que fuere) además de
fortalecer, uno, con su silencio, el ego del “ayudante” y endebles y dispersas
estructuras socializantes que ahora, en un margen propicio de espacio que ha
creado el inesperado conferenciante/monologuista para su discurso, ahora, te lo va a soltar todo de golpe y sin ninguna
piedad.
Al final, casi le daremos las
gracias. Es decir: “casi”.
He visto, muchas veces en la vida, que hay personas que cuando van “descubriendo” las obviedades del mundo y, te las cuentan didácticamente, para ayudarte, lo que en realidad deberían hacer es pagarte por haberles escuchado en aquiescente y resignado mutismo.
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