lunes, 28 de diciembre de 2015



28, diciembre

Las calles negras de noche.  Calles largas, cortas o en curva, calles extrañamente mojadas en un invierno seco de nieblas.

Las calles… Cuando no salga a las calles, a las indefinidas avenidas de dudoso destino, no estaré bien, o no estaré en el mundo;  aún menos, todavía menos  en el mundo.

Hay que echar anclas, aferrarse desesperadamente a la vida, aún despreciándola, aún sin amarla, echar amarras y pararse un momento.

No se sabe con exactitud qué puede ser un dolor moral.  Quizá uno tenga un dolor anímico-moral, y he tenido que detener el mundo –mi ínfimo mundo- para respirar un poco, pues me sentía morir, y no hay nada más patético que declarar estar muriéndo y, al día siguiente, seguir los pasos cotidianos como si tal cosa.  No obstante, las anclas, son provisionales. Alguien viene a buscarnos de pronto: la muerte, la vida, un penúltimo amor (que a lo mejor no es tal…) o lo que quiera que sea y, entonces, lo dejamos todo y vamos por el intrincado laberinto de un mundo paralelo.

Sospecho, no obstante, que “el mundo paralelo” no existe.  Sospecho –y no es pseudoliteratura-, que todas las avenidas son la misma y única gran avenida.

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