5, noviembe.
Arribo, cada vez más, a los cafés sin
nombre, sin atisbo de pretensiones dulces, o gloriosas o de trasfondo
secretamente desolado, de clientela atemporal que no pretende –en absoluto- que
lo que resta del día les sorprenda para nada.
Aún diría más: muchos, en su gran dignidad inconsciente, no desearían ya
que el resto de la vida les sorprenda, les obsequie con algo que ya no desean;
no, no lo aceptarían…
Quizá hay un “tiempo para todo” y, el
de ahora, es ya “otro tiempo distinto” que no desean que marche a
contracorriente de sus vidas. Yo
tampoco. Yo tampoco lo deseo y quizá por
eso vengo –instintivamente- por aquí, para que el pensamiento descanse, vuele
libre (si es que puede) y, sobre todo, no se obstruya (¡todavía más!) con deseos absurdos que ciegan el alma y nos
cortan el paso, ese paso tan leve… ay…,
ese tan leve que abre la puerta, sí, hacia cualquier abismo no previsto.
O sí previsto. Quién sabe...
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