9, octubre. Notas desde la antigua bodega.
Corriendo, a través de los sombríos e
inciertos túneles del otoño he venido hasta aquí, sombra húmeda de equilibrados
taninos, viento decimonónicamente
quieto y detenido en paredes historiadas cuya historia y estética, sólo son los años y poco más. Grandes toneles a los que quizá acudieron <<los borrachos de
sobra negra>> (de Machado) y
también la luz clara; luz saludable de familias, parejas fugaces y enamoradas y
niños consentidos y siempre impertinentes e insoportables, por su puesto.
En este periplo de carreras
desesperadas por las calles, el otoño, en varias ocasiones, me ha cortado el
paso grosera y deliberadamente. Pero yo
como si nada, diciéndole (¡a estas alturas¡), que el amor convencional lo mueve
casi todo en la vida. Que el vuelo de una falda puede provocar un inmenso
huracán, un seísmo y, un beso, un solo beso, una muerte instantánea y
deliberada, provocada y gloriosa.
Y, una noche de amor –ay-, un lento y
prolongado secuestro por los imprevisibles senderos del laberinto.
Ay, por favor, ¿quiere usted, o
quieres tú, acompañarme en esta noche por el imprevisible surco del laberinto?
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