7, octubre, 2015
Aquí, en el nuevo café que he elegido
–transitoriamente- para mis notas sin historia, resulta que hay un fulano que,
de tan vulgar y soez, incluso me está haciendo reír. Y río hacia adentro, interiormente, para que
no me vea y no se “congratule” conmigo; es decir: nada de confianzas aunque
sean efímeras y, por supuesto, aunque ya no vuelva más por aquí.
Escucho y vuelvo a escuchar su risa,
forzada en extremo, y además contagiosa.
En este caso, lo de <<café>>,
le viene grande al local, pero en ningún lugar hay desperdicio humano, en todos
los sentidos, y el susodicho señor me invita, así de sopetón, a una rebanada de
pan con jamón. Le doy las gracias, con
humildad sincera y, salgo a la calle a llorar interiormente, o quizá a reír,
también interiormente, que no sé en realidad cual de los dos gestos emocionales
he hecho al final…
Un soliloquio en el que la realidad se confunde con la ficción. Bello.
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