jueves, 8 de octubre de 2015



7, octubre, 2015

Aquí, en el nuevo café que he elegido –transitoriamente- para mis notas sin historia, resulta que hay un fulano que, de tan vulgar y soez, incluso me está haciendo reír.  Y río hacia adentro, interiormente, para que no me vea y no se “congratule” conmigo; es decir: nada de confianzas aunque sean efímeras y, por supuesto, aunque ya no vuelva más por aquí.

Escucho y vuelvo a escuchar su risa, forzada en extremo, y además contagiosa.

En este caso, lo de <<café>>, le viene grande al local, pero en ningún lugar hay desperdicio humano, en todos los sentidos, y el susodicho señor me invita, así de sopetón, a una rebanada de pan con jamón.  Le doy las gracias, con humildad sincera y, salgo a la calle a llorar interiormente, o quizá a reír, también interiormente, que no sé en realidad cual de los dos gestos emocionales he hecho al final…

1 comentario:

  1. Un soliloquio en el que la realidad se confunde con la ficción. Bello.

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