29, JULIO
Todas las palabras,
mínimamente estructuradas, se las ha tragado el fragor “musical” de este gran
café decadente, éste, que va tirando como puede, renqueante, con un público anodino
que quizá no merece otra cosa… y yo tampoco, ya que hoy me he perdido por aquí.
Bueno, qué suerte. Parte de
ese público anodino de hombres solos y, además baturrazos, acaban de irse.
Pero ya es tarde. No se sabe muy bien qué, lo que sea, que ha
sido engullido por la dispersión fatigada del pensamiento. Las imágenes forjan las palabras y nos llevan
hacia el hilo conductor del lenguaje y por ende, a una buena parte de la pasión
irrelevante y patética de un día sin mínima historia siquiera.
Así, sin música mejor. Que
entre la luz del verano en la tarde avanzada, que se abra paso a puntapiés, a
golpes bajos, a hostia limpia: sin perdón,
así, arrasando lo que sea para traer –venido de donde sea: no importa-
un hálito de respiración normalizada.
Pero no hay manera, nada llega. ¿Será esto el comienzo de cualquier
enfermedad severamente metafísica?
Se lo dije un día a un
camarero: La cerveza produce angustia y el vino (con extrema moderación), es
uno de los senderos que llevan al diálogo lúcido y equilibradamente sentimental
que puede desembocar en una sinceridad auténtica y descarnada que quizá
necesitamos, quizá, de tarde en tarde, para destensar la represión acumulada de
verbo.
Hoy, he pedido cerveza, y
eso se nota…
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