miércoles, 29 de julio de 2015



29, JULIO

Todas las palabras, mínimamente estructuradas, se las ha tragado el fragor “musical” de este gran café decadente, éste, que va tirando como puede, renqueante, con un público anodino que quizá no merece otra cosa… y yo tampoco, ya que hoy me he perdido por aquí.

Bueno, qué suerte. Parte de ese público anodino de hombres solos y, además baturrazos, acaban de irse.
Pero ya es tarde.  No se sabe muy bien qué, lo que sea, que ha sido engullido por la dispersión fatigada del pensamiento.  Las imágenes forjan las palabras y nos llevan hacia el hilo conductor del lenguaje y por ende, a una buena parte de la pasión irrelevante y patética de un día sin mínima historia siquiera.

Así, sin música mejor.  Que entre la luz del verano en la tarde avanzada, que se abra paso a puntapiés, a golpes bajos, a hostia limpia: sin perdón,  así, arrasando lo que sea para traer –venido de donde sea: no importa- un hálito de respiración normalizada.  Pero no hay manera, nada llega. ¿Será esto el comienzo de cualquier enfermedad severamente metafísica?

Se lo dije un día a un camarero: La cerveza produce angustia y el vino (con extrema moderación), es uno de los senderos que llevan al diálogo lúcido y equilibradamente sentimental que puede desembocar en una sinceridad auténtica y descarnada que quizá necesitamos, quizá, de tarde en tarde, para destensar la represión acumulada de verbo.

Hoy, he pedido cerveza, y eso se nota…

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