26, MAYO, Terraza café-bar MOMENTOS, Caspe.
Si la belleza es convulsa quizá sea
debido a que la vida, nuestra vida, tan íntegra y plena y aparentemente
compacta, está formada y es rehén
-inexorablemente- de los pequeños
instantes que alimentan y dan luz, oxígeno
y hasta múltiples colores (en un momento dado) a la implacable sordidez
de nuestra cotidianidad más amplia, a nuestras horas más lentas, densas y
ciegas, esas que creemos que nos van a conformar, inevitablemente, el resto de
los días, de los meses, de los años… hay, de todo nuestro perímetro existencial
visualizado en un momento álgido, terrible tal vez.
Si la belleza es, o fuera “convulsa”, también
–quizá- estamos perdidos, en todo caso porque ésta agoniza/agonizaría siempre
en el último instante, quizá dejándonos –una vez más- huérfanos de ningún mundo
porque, a veces, sí, la belleza elige/elegía un mundo cualquiera y, resultaba
ser el nuestro y, nosotros los elegidos…
Siempre creí, de alguna manera, en
“la belleza convulsa” (estaba ahí, antes de todos los escritores y filósofos),
allí estaba, y yo hablaba sobre ella, la argumentaba, le hacía un seguimiento; era real, pues yo
-como tantos- así la percibía.
Hoy, la belleza, es intercalada,
tiene huecos, vacíos, grandes pasillos
hacia la nada, espacios en blanco en los que el mundo se cuela y desaparece,
así, sin más.
A veces, yo mismo desaparezco por uno
de esos sumideros en blanco y, claro, reaparezco en un limbo de claridad
absurda e inclasificable. Pero ya no me
importan las clasificaciones, porque me cansan, me desarman… Y cuando veo, de nuevo, acceder la Belleza de pronto, la miro, la observo,
la evalúo y, e incluso a veces, me voy con urgencia, sí, porque no me la creo
ni por tanto deseo mirarla.
(Con urgencia, así es, para mirar los
cielos parados, ya sin cielo, cielos descielados en el penúltimo confín dónde
ya no existen los sueños, si es que existieron, alguna vez, consecutivos y
plenos.)
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