miércoles, 10 de junio de 2015



26, MAYO, Terraza café-bar MOMENTOS, Caspe.

Si la belleza es convulsa quizá sea debido a que la vida, nuestra vida, tan íntegra y plena y aparentemente compacta, está formada y es rehén  -inexorablemente-  de los pequeños instantes que alimentan y dan luz, oxígeno  y hasta múltiples colores (en un momento dado) a la implacable sordidez de nuestra cotidianidad más amplia, a nuestras horas más lentas, densas y ciegas, esas que creemos que nos van a conformar, inevitablemente, el resto de los días, de los meses, de los años… hay, de todo nuestro perímetro existencial visualizado en un momento álgido, terrible tal vez.

 Si la belleza es, o fuera “convulsa”, también –quizá- estamos perdidos, en todo caso porque ésta agoniza/agonizaría siempre en el último instante, quizá dejándonos –una vez más- huérfanos de ningún mundo porque, a veces, sí, la belleza elige/elegía un mundo cualquiera y, resultaba ser el nuestro y, nosotros los elegidos…

Siempre creí, de alguna manera, en “la belleza convulsa” (estaba ahí, antes de todos los escritores y filósofos), allí estaba, y yo hablaba sobre ella, la argumentaba,  le hacía un seguimiento; era real, pues yo -como tantos-  así la percibía.

Hoy, la belleza, es intercalada, tiene huecos, vacíos,  grandes pasillos hacia la nada, espacios en blanco en los que el mundo se cuela y desaparece, así, sin más.


A veces, yo mismo desaparezco por uno de esos sumideros en blanco y, claro, reaparezco en un limbo de claridad absurda e inclasificable.  Pero ya no me importan las clasificaciones, porque me cansan, me desarman…  Y cuando veo, de nuevo,  acceder la Belleza de pronto, la miro, la observo, la evalúo y, e incluso a veces, me voy con urgencia, sí, porque no me la creo ni por tanto deseo mirarla.

(Con urgencia, así es, para mirar los cielos parados, ya sin cielo, cielos descielados en el penúltimo confín dónde ya no existen los sueños, si es que existieron, alguna vez, consecutivos y plenos.)


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