3, MAYO. Notas desde la bodega.

Llevo un termo invisible en el cuerpo, un termo que me aísla y previene del súbito calor, del calor inesperado y, sobre todo, del frío anímico con el que he llegado hasta aquí.

Llega/llegará el verano en unos días.  No sé dónde voy a esconderme, pero me esconderé con urgencia de todo aquello que ya no soporto: disertaciones ciegas, cruelmente absurdas; miradas córvidas que quieren apagar –más todavía- el fuego latente de mi vida; palabras sórdida que quieren brillar con su instante de gloria necia. Pensamientos groseros que se escenifican con un solo gesto y, el interlocutor, ya existencialmente agotado, realiza mecánicamente su “traducción simultánea” mientras sigue su paso, sus pasos, a ninguna parte del mundo, sí, porque a ninguna parte del mundo, a veces, puede ser el mejor escenario, el más puro y drástico escenario y con ausencia de sandeces de por medio.

No soy ni seré cinéfilo ni casi me interesa como tal esa fábrica de fantasía y magia que dicen es el cine. El cine, que como digo, no me motiva casi nada, muchas veces me aburre, no lo soporto y me voy, pese a quién pese o esté con quién esté en ese momento.

Y mire usted por dónde que, casi sin desearlo, soy portador –o protagonista- de varios guiones  que podrían ser argumentos intensos y pasionales de un par de películas, por lo menos.

Retorno a la tarde inmediata; hoy, plagado de papeles y notas, frases curvas y semicírculos que aspiran a ser apócrifas elipses.  Allí he visto, entre tantas notas, dos de ellas que eran referentes a la ópera Madama Butterflí, totalmente inéditas, escondidas, polvorientas de tedio. ¿Cómo se puede viajar desde el tedio hasta la pasión?

Salgo a la calle y todo, absolutamente todo me da exactamente lo mismo. Sólo necesito encontrar esas alas, aquellas con las que pude gravitar largo tiempo y, sobre todo, sí, sin deber ni tener pedir perdón por ello a nadie. ¡Casi nada!