12noviembre, 2014 . Sobre la ópera
Madama Butterfy
Señores, hay que decir con sumo
sosiego y en voz baja, decir, con todo el lirismo que rasga el horizonte de
lágrimas verdes y plata de noche esperanzada (todavía, todavía…), que tengo la
impresión de que la ópera Madama Butterfly se fue de la ciudad, del gran
teatro, y al final, una vez más no fui a verla.
Me hubiera gustado presenciarla,
aunque ya dije la vez anterior que no recuerdo su trama. Pero sus voces, acordes, registros diversos,
decorados y, sobre todo, dolor de vida intensa y ple
na… ya están, ya han entrado quizá para siempre
en la noche más honda de mi intimidad.
No sólo lo presiento, quizá también lo sé, aunque no quiera saberlo. ¿O es a la inversa?
En esta noche de preinvierno tengo el
absurdo presentimiento que al llegar al café El Sol voy a encontrar en la mesa
a Baudelaire escribiendo unos versos, y
en otra mesa, tal vez a Van Googh y Gauguin bebiendo absenta.
Si tal cosa ocurre, no les voy a
preguntar por sus vidas, naturalmente. Sólo les hablaré de mi dolor.
La representación de Madama Butterfly
ha dejado la ciudad. Pero yo espero que
vuelva.
-Ha de volver. Volverá. –les diré, -¿me dirán?- muy convencido, sin
importarme en absoluto si entienden mis palabras, pero me da lo mismo: la vida,
por si misma, es una intensa metáfora ilimitada, pero hay que traducirla, sí,
constante y persistentemente, hasta la extenuación.
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