7
de mayo, 2015. Notas desde la antigua bodega.
¿Cómo hablar en clave? Pero no hay que hablar en clave ni en
complicada metáfora. Sólo hay que ver, y
sentir… seguir sintiendo. Y también
soñar. Pero para hablar/escribir hay que hacerlo con mínimo sosiego. Y mínimo
equilibrio.
Qué días, sí, qué días. Los días que vienen… que venga lo que quiera.
Todo el mundo nos espera, que es como decir, “nadie espera nada de nadie”.
El universo entero está a nuestra
disposición, pero, sinceramente, con seriedad, con rigor, ¿cómo pasarán los
días, y sus horas, de este año casi iniciado y casi ya -¡ya!- en su ecuador?
Hay un zureo de palomas constante.
Hay un cielo descielado (neologismo que me gusta) y quebrado, diagonal,
serpenteante, tembloroso, huidizo, a veces gris cielo, a veces gris primavera,
a veces gris noviembre-primavera… gris diciembre, gris enero, ya me entiendes,
tú, aunque me da exactamente lo mismo. No hace falta que me explique.
Hay un cielo, en todo caso,
implacable y regidor permanente de avenidas y periferias que sólo llevan –sólo-
a mayores suburbios y más sórdidas barriadas de los cielos humanos, sí; sí, tan
limitadamente sórdidos los “cielos” humanos.
Recursos. Los días dan recursos,
recurrencias, subterfugios de todo tipo; sí, todo vale, todo de saldo, “novedades”
del tres al cuarto y vulgaridad extrema por todos los rincones.
Recuerdo, sí, como bromeaba yo una
vez, con ir a ver jugar al equipo de futbol de mi ciudad. Pero, ¿qué diferencia hay entre ver un
deporte que no me interesa, o, ser partícipe del club de andarines de Galicia,
o de Fuerteventura, por ejemplo?

Vengan, venid conmigo, hacia ese
ahogo, hacia ese ahogo implacable en el centro de la luz.
(Y que no nos cuenten, no, que no
nos vengan con milongas extrañas e intragables.)
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