15. Marzo, 15
15 días de
vida ascética y soledad e incomunicación en el Bajo Aragón-Caspe le vuelven a
uno dócil, algo medroso, casi inquieto e, incluso, con mayores temores
(abstractos) si es que eran pocos los que había.
Noche fría
de domingo con el alma sacada a pasear a última hora, errando sola, en un
infinito y sin destino alguno aparente.
La noche
cierra las puertas del domingo y envía así a sus casas, sin previa pregunta, a
todos los cadáveres sobrevivientes de un día de tránsito a ninguna parte.
Me he
refugiado en uno de los cafés de recurso y, claro, en estos cafés-bar ambiguos normalmente suelen acudir todos los
cadáveres a la cálida lumbre de un partido –el que sea- televisado.
Hombres
triplemente anónimos de mirada estática aguantan frente al televisor (yo permanezco en una diáfana y neutra estancia desde donde
puedo ver el paupérrimo espectáculo) todo aquello que les echen y, mucho más.
Las tres
bellas muchachas que había deciden irse, sin duda, llevadas por un remoto
instinto de salvación.
“Sólo las
muchachas –como decía, más o menos Antón Chejov- exhalaban (exhalan) un halo de
pureza…” “Pero con el tiempo -seguía, más o menos así- se abandonan, engordan y adquieren hábitos
propios de la gente de medio pelo.”
Naturalmente,
él hablaba del espectáculo popular de finales del XIX En ese mundo eslavo tan
sensual como misterioso.
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