lunes, 30 de diciembre de 2013




 27, DICIEMBRE             La tienda de lencería en King-Tuen

La chocolatería va bastante bien, tal vez porque es una novedad en esta ciudad de 28.000 habitantes que es King-Tuen.  Así que, con la pausada celeridad (sin prisa pero sin pausa)  que caracteriza a Wein Min Li, hace dos meses  -¿ya dos meses?-  se decidió a abrir una tienda de lencería, cosa que para mí siempre ha tenido una fascinación y glamour del que se me escapa toda capacidad de raciocinio.

La tienda, hasta ahora, y no sabemos por qué, es un completo fracaso.  Pero para Wein Li es como un juego, un juguete tardío del amor en medio de un mundo laboral disciplinadamente oriental.

Hay días que cuando no salgo a pintar por los bancales de arroz  (nuestra casa es muy pequeña y trabajo mejor fuera; aunque también y a la vez es inmensamente grande desde que quitamos las ventanas y puertas para que entrase el amor y, así, recorriese a placer cada centímetro que habitamos)  me dedico a mirar los folletos publicitarios que dejan los comerciales, unos señores que entienden muy poco,o nada, de ropa íntima femenina.

Otras veces, y quizá motivada por mí, jugamos a perseguirnos por la tienda y trastienda del local, entre cajas de los pedidos que se acumulan,  ya que no se vende nada.

Quizá Wein Min-Li está descubriendo la pasión del juego y, también, el juego de la pasión.  Ayer mismo, acabamos besándonos casi violentamente en uno de los dos probadores en dónde nadie se prueba nada.

-¿Qué haremos con la tienda, Wein?,  es una ruina.
Ahora resulta que yo, nunca interesado por la propiedad privada, hasta me preocupa el pequeño negocio y los gastos que éste genera.
Sin embargo, Wein,  no me ha contestado y ha seguido jugando y sonrojándose a la vez, como tanto me gusta verla.

En uno de los probadores hemos hecho el amor por iniciativa suya. Luego, hemos bailado mientras ponía Brothes in Arms, de Dire Straits,  que da título al CD, y que ya es todo un símbolo de esta gran historia de amor que es la nuestra.

La puerta del probador estaba entreabierta y por un ángulo del escaparate podía verse un fragmento de cielo, ese cielo oriental que tanto me calma.  Sin embargo, esta vez me he distraído, o ha venido a visitarme la ya acostumbrada y genética melancolía.  Y me ha llegado la visión de cómo Siddharta decía que “todo es dolor”: desear lo que no se tiene (yo ahora lo tengo);  temor a perder lo que se tiene; o dolor por haber perdido lo que se tenía y ya no se posee: el amor.
Qué será de mí, de los dos, cuando el amor se vaya.  Seguramente, ni todas las puertas y ventanas que volviéramos a poner en nuestra casa podrán retenerle.

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