27, DICIEMBRE La tienda de lencería en King-Tuen
La chocolatería va bastante bien, tal vez porque es
una novedad en esta ciudad de 28.000 habitantes que es King-Tuen. Así que, con la pausada celeridad (sin prisa
pero sin pausa) que caracteriza a Wein
Min Li, hace dos meses -¿ya dos
meses?- se decidió a abrir una tienda de
lencería, cosa que para mí siempre ha tenido una fascinación y glamour del que
se me escapa toda capacidad de raciocinio.
La tienda, hasta ahora, y no sabemos por qué, es un
completo fracaso. Pero para Wein Li es
como un juego, un juguete tardío del amor en medio de un mundo laboral
disciplinadamente oriental.
Hay días que cuando no salgo a pintar por los bancales
de arroz (nuestra casa es muy pequeña y
trabajo mejor fuera; aunque también y a la vez es inmensamente grande desde que
quitamos las ventanas y puertas para que entrase el amor y, así, recorriese a
placer cada centímetro que habitamos) me
dedico a mirar los folletos publicitarios que dejan los comerciales, unos
señores que entienden muy poco,o nada, de ropa íntima femenina.
Otras veces, y quizá motivada por mí, jugamos a
perseguirnos por la tienda y trastienda del local, entre cajas de los pedidos que
se acumulan, ya que no se vende nada.
Quizá Wein Min-Li está descubriendo la pasión del
juego y, también, el juego de la pasión.
Ayer mismo, acabamos besándonos casi violentamente en uno de los dos
probadores en dónde nadie se prueba nada.
-¿Qué haremos con la tienda, Wein?, es una ruina.
Ahora resulta que yo, nunca interesado por la
propiedad privada, hasta me preocupa el pequeño negocio y los gastos que éste
genera.
Sin embargo, Wein,
no me ha contestado y ha seguido jugando y sonrojándose a la vez, como
tanto me gusta verla.
En uno de los probadores hemos hecho el amor por
iniciativa suya. Luego, hemos bailado mientras ponía Brothes in Arms, de Dire
Straits, que da título al CD, y que ya
es todo un símbolo de esta gran historia de amor que es la nuestra.
La puerta del probador estaba entreabierta y por un
ángulo del escaparate podía verse un fragmento de cielo, ese cielo oriental que
tanto me calma. Sin embargo, esta vez me
he distraído, o ha venido a visitarme la ya acostumbrada y genética melancolía. Y me ha llegado la visión de cómo Siddharta
decía que “todo es dolor”: desear lo que no se tiene (yo ahora lo tengo); temor a perder lo que se tiene; o dolor por
haber perdido lo que se tenía y ya no se posee: el amor.
Qué será de mí, de los dos, cuando el amor se
vaya. Seguramente, ni todas las puertas
y ventanas que volviéramos a poner en nuestra casa podrán retenerle.
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