miércoles, 30 de enero de 2013



 NOTAS  ESCRITAS  EN  LA ANTIGUA  BODEGA ,    Noviembre,  2012


Textos de la bodega.  O textos de invierno.
Textos del frío.  Textos de la tarde-noche, y viceversa.  Textos de la bodega, así, a palo seco, o a vino tinto o vermut casero.
A uno  ya le da lo mismo estar a la última o ser un trasnochado. A uno ya le da lo mismo casi todo, menos la belleza desbordada, o, por ejemplo, la plaga de la tontería por doquier, etcétera.
A uno ya le es indiferente (cosa terrible, si se piensa dos veces)  redundar en una infinita melancolía o volver a la hondonada de un surco trillado –deliberadamente- una y otra vez.  La vida no espera, y a veces, por suerte, está por encima de las modas y esnobismos de escalofriante fugacidad/vulgaridad.
Estos son, van a ser, y quizá serán insertados con cierta periodicidad,  los textos de la bodega; textos de una bodega atemporal de la ciudad, y por donde se llega hasta aquí por esas avenidas nocturnas que conducen a las calles interiores, calles perdidas del alma, de cualquier alma que busca, quizá sin saberlo, el interior desierto y helado de la más absoluta intemperie. Sabemos, seguramente por intuición, que en la descarnada indefensión de la intemperie está o puede estar lo absoluto.  O eso desearíamos…
En la bodega (ya la irán conociendo ustedes)  hay parroquianos de los de siempre, gente con sencilla sabiduría y gente que –ya- le es exactamente lo mismo…; es decir, el tener o no más o menos dosis de sabiduría,  porque saben que no sirve para mucho a partir de cierta edad.  Y además, conocen la obviedad de que, en cierto momento de la vida, hay que ir soltando lastre, y sobre todo si se trata de sabiduría barroquizada o esteril.

En la bodega, hay gente en tránsito, además del consabido tránsito metafórico, claro. Gente que transita periódicamente por aquí.  También algún personaje tierno a la vez que deliberadamente antipático, y que tal vez pudiera ser cualquiera, o seguramente yo mismo, por ejemplo. Pero eso, sea así o no, ya no me interesa en absoluto.   ¿Será la edad?  No.  ¿Será la losa, insalvable, de vivencias y observaciones acumuladas hasta la indigestión?  Puede.
Ya no hay dolor ni melancolía de pose o demodé  desde hace tiempo.  Hay, en todo caso, un camino lento e indeterminado hacia la niebla, hacia la noche sin retorno, o hacia la ausencia del amor, que es la ausencia de todas las ausencias, la ausencia terminal.  “Dame tu mano un instante, en esta noche infinita, la más negra, la más blanca del cosmos que ciega”, dijo no se quien, o acabo de decir yo, ahora mismo… que tampoco hace falta tanto para esto.  ¿O no?
Estamos en Zaragoza, antiguo cruce de caminos e historia que se acumula, quizá, por todos sus cielos y calles.
Estamos en la bodega, la bodega antigua, pero sobre todo, y como creo que ya he dicho, espacio atemporal donde los haya.  Así que estos son pues mis textos de la bodega, del frío, de la noche, noche que querría ser verano y desearía ser engullida por trepidantes oleadas de luz.
La bodega, pues, existe. La bodega es real.  Ustedes o vosotros podrán descubrir, si lo desean, su ubicación física en la ciudad nocturna, o en la ciudad sin nombre.  Ninguna ciudad tiene ya nombre después del triple salto mortal de todos los lirismos absorbidos en los bulevares de una tarde en el París de la segunda mitad XIX.
Todas las ciudades del mundo son un bulevar detenido en un instante para siempre.

                                                                                                      

1 comentario:

  1. Ya van quedando pocos rincones con este olor a vermut ,cerveza, pepinillo y salmuera. enhorabuena,

    Jose Luis

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